Hoy encontramos dos referentes normativos que nos permiten hablar de servicio ambiental obligatorio, la Ley 115 y el Decreto 1743 de 1994, lo adscribe a los estudiantes de educación media, situación que no ha permitido tener un impacto efectivo en mantener el equilibrio natural y evitar la degradación del ambiente, sin demeritar su alcance pedagógico. Sin embargo se hace evidente la necesidad de redimensionarlo para dar respuesta a las necesidades que actualmente afronta el mundo en la materia.
Las grandes críticas, reales y documentadas, que se le pueden hacer al servicio militar obligatorio, son esencialmente que terminan soportándolo en gran medida las clases menos favorecidas, al menos por dos razones, una de ellas porque no se requiere a todos los colombianos que cumplen 18 años en cada periodo para cubrir las necesidades de seguridad y defensa y, aquellos en los que hay capacidad de pago terminan escurriéndole el bulto a la responsabilidad, en no pocas ocasiones con actos de corrupción de por medio que envilecen el mecanismo de exención y; la más odiosa de todas es que se convirtió en un castigo para aquellos ciudadanos que por alguna razón no accedieron o completaron su educación media, los cuales deben prestar un servicio de dieciocho meses, a diferencia de los que sí se graduaron de bachilleres que solo pagan un año. No hay razón válida para mantener esa discriminación.
Ya dijimos que el mundo actual nos plantea el reto de velar por su restauración, razón por la cual las necesidades tradicionales de garantizar la defensa y seguridad del Estado y de sus asociados, debe adoptar una faceta más amplia que permita vincular a hombres y mujeres que cumplan 18 años a un servicio obligatorio, y que en todo caso sólo permita las excepciones medicamente razonables, que sea realmente obligatorio, que quien no sea requerido en las fuerzas militares y de policía vaya al servicio ambiental, que sea unificado para todos en el tiempo de duración, que nos haga sentir auténticamente iguales como nacionales.
Todos los seres humanos, sin excepción, dejamos una huella hídrica. A diario consumimos alimentos que en su proceso de crecimiento y elaboración demandas grandes cantidades de agua, usamos los servicios sanitarios que van a los ríos y quebradas, respiramos y producimos dióxido de carbono que liberamos al medio ambiente, producimos grandes cantidades de basura que requiere años para degradarse, consumimos energías que impactan fuertemente el ambiente, construimos viviendas, carreteras, hospitales, centros educativos, iglesias que impactan la vida silvestre. Estos impactos han acumulado tal degradación que no es posible corregirla solamente con impuestos, se requiere una gran acción colectiva para revertirla.
El gran reto de la presente generación de liderazgo nacional y global es conectarse con estas realidades y tomar decisiones profundas al respecto, se necesitan líderes audaces que sepan leer las necesidades y se atrevan a discutir y adoptar propuestas de solución, que se apropien del mandato generacional de entregar un mundo mejor que el que encontramos como herencia. Merecemos vivir en un mundo mejor, trabajemos en ello.
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