Votar por el Sí el próximo 2 de octubre es salir de la época feudal. Como lo ilustra claramente Norbert Elias (El proceso de la civilización, FCE, 1987) cuando hace referencia a la descentralización territorial en la Alta Edad Media, los reyes necesitaban la guerra para consolidar sus territorios y afianzar su poder. Estamos a un milenio de aquellas épocas y aún seguimos con líderes que son señores de la guerra y se oponen a la construcción de paz en todas las formas posibles: la batalla es su razón de vivir, su poder y caudal están basados en ella y no están dispuestos a abandonarla. Bien, nosotros la vamos a abandonar por ellos, en un camino que no será fácil, pero que ya se abre. Lo reclaman más de siete millones de víctimas. En el fondo, las víctimas somos casi todos los 48 millones de colombianos y colombianas.
No es cierto que Colombia lleve cincuenta años de guerra, lleva más de quinientos, desde la llegada de los conquistadores. Los pueblos indígenas ya conocían la violencia, pero nunca fue tan atroz como con la llegada de los europeos. Las guerras de independencia fueron seguidas por las confrontaciones entre centralistas y federalistas durante el siglo XIX, que terminaron tal vez con la peor de todas, la Guerra de los Mil Días. El siglo XX empezó teñido de sangre, por supuesto siempre de los más pobres, pues quienes arman las guerras se ocupan muy bien de estar lejos de ellas. Así que la guerra de guerrillas fue solo la continuación de las ancestrales confrontaciones armadas. Las causas, con las respectivas variaciones de contexto, siempre tienen que ver con el uso de la tierra y el control de los recursos para unos pocos. Llevamos centurias enteras de dolor y sangre, un ciclo que podemos cerrar si así lo decidimos.
Los señores de la guerra, con el senador Uribe a la cabeza, seguirán con su discurso bélico pues gracias a él han obtenido dividendos fabulosos. Entonces seguirán diciendo que las Farc se convertirán en paramilitares, que vamos por la senda del castrochavismo, que se mancilla el honor de la tan mentada patria. Patria que ha servido para que el patriarcado se imponga a sangre y fuego sobre jóvenes campesinos, las mujeres, los afrodescendientes, los indígenas y la comunidad LGBTI. El Sí a los acuerdos firmados en La Habana nos permitirá refundar esta nación, no como querían los paramilitares en Santa Fe de Ralito, sino de frente al país. Será difícil, sin duda: la paz no es automática, será necesario construirla entre todos. El Sí será la piedra angular, un ejercicio amoroso, para que ello ocurra y haya más tierra y riqueza para todos. Sí, podremos.