La historia de nunca acabar, la que se repitió en las últimas décadas, está semana que pasó nos recuerda que hacer cultura en este país es condenarse a la pobreza y necesidad en los últimos días de vida.
La muerte de un artista obligatoriamente llevará luto a sus familias y seguidores, pero en Colombia además logra generar un sentimiento de vergüenza. Es como esas canciones que de tanto oírlas, ya sabemos cómo comienzan y también como terminan.
La vida les dio un don que lejos de convertirse en progreso, los termina condenando a un sinnúmero de necesidades, las deben afrontar en su vejez solos, porque si bien trabajaron incluso en horas extras, jamás cotizaron para acceder a una pensión digna que les garantizara un bienestar en el ocaso de sus vidas, ni mucho menos de las personas que los acompañaron.
Wilson Chopenera nos regaló el que tal vez es nuestro segundo himno nacional, “La Pollera Colorá", la que alguien dijera que era la canción más colombiana de los colombianos; sin embargo su vejez no fue más que el tortuoso camino de la miseria que deben soportar muchos artistas.
Al igual que Chopenera, Álvaro Villalba, intérprete del reconocido dueto Silva y Villalba, nos dejó la semana pasada a sus 89 años de edad, sobreviviendo con sus necesidades más por el trabajo de su esposa en una tienda de víveres en un barrio de Ibagué, que por el usufructo de más de 50 años de carrera musical. No solo lleno de orgullo a sus paisanos, sino que llegó incluso a ser nombrado mariscal de la hispanidad en Nueva York o la mención de Toronto en Canadá.
De esas más de 500 canciones que grabaron y que hoy son memoria viva de una nación no quedo mucho económicamente hablando, de su dueto nada, su compañero Rodrigo Silva ya había fallecido en situación similar en el año 2018, solo una amplia discográfica nos queda a todos, fruto del esfuerzo de muchos años de estos dos hombres y que en el momento en que mas se requiere, fue poco retribuido.
Con la llegada de los años aparecieron también las enfermedades, en una silla de ruedas, postrado por una isquemia cerebral y otro cúmulo de padecimientos se fueron consumiendo sus ahorros, todo se había gastado.
De las épocas de los San Pedros en El Espinal donde conociera a Rodrigo Silva ya solo quedaba un recuerdo vago, de sus presentaciones solo fotografías, con su señora y en el olvido, no solo del estado, sino también de la sociedad, se fue apagando su voz de manera definitiva.
Como el personaje de la clásica novela de Gabriel García Márquez “El Coronel no tiene quien le escriba" Villalba, al igual que muchos otros cultores musicales, se quedó esperando esa pensión que nunca llegó, porque nunca se la iban a dar y como sentenció García Márquez en esa obra y que aplica a Chopenera y Villalba: “Nosotros ponemos el hambre para que coman los otros. Es la misma historia desde hace cuarenta años”.