He querido escribir esta columna desde hace mucho tiempo. Me había abstenido por un respeto casi reverencial a la Iglesia. Pero, como católica, no puedo y no quiero guardar más silencio. Tomaré prestadas las palabras de la homilía de hoy del Padre Santiago Martín, un estudioso e interpelante sacerdote español. Dijo: "Vivimos un tiempo tan...tan estúpido, tan inhumano que el hombre no solamente no busca a Dios, ni siquiera se dedica a buscarse a sí mismo, sino que se dedica a hacerse daño".
Y aquí viene su contundente afirmación, que yo hago mía para el caso colombiano: "La iglesia, o al menos un sector de ella, está empeñada en agradar al mundo, cuando tenía que estar empeñada en agradar a Dios". Agrego yo: está demasiado empeñada en servir a la ideología y prestar el servicio al gobierno de mantener divididos, artificialmente, a los colombianos.
Que me perdonen mis amigos obispos y sacerdotes creyentes (que los hay), pero el silencio ensordecedor de la Iglesia colombiana, frente a temas de fondo, es escandaloso. Hasta los católicos más respetuosos de la jerarquía, experimentan orfandad. No sólo no hay liderazgo orientador convincente, sino que se observa cierto grado de debilidad y acomodamiento al régimen.
Desde mediados de este año hemos presenciado un ataque sin descanso a nuestros valores cristianos desde el aparato estatal:
1. El cierre de capillas con el pretexto de volverlas incluyentes.
2. La vandalización de nuestros templos con el pretexto de la defensa de los derechos de las feministas.
3. El cambio del concepto de mujer por el de personas menstruantes con el pretexto de ser incluyentes.
4. El intento de gravar con impuestos a la Iglesia con el pretexto de sancionar a quienes utilizan la fe para su propio enriquecimiento.
5. La imposición de la educación sexual ideologizada para niños con el pretexto de prevenir embarazos no deseados.
6. La excarcelación de delincuentes con el pretexto de convertirlos en gestores de paz para alcanzar la paz total.
7. La legalización de la eutanasia infantil con el pretexto de proteger su derecho a elegir su muerte.
Todas las semanas hemos tenido dos o tres ataques como éstos y la lista se incrementa. En cada oportunidad la verdad se diluye en palabras e ideologías que hacen parecer lo malo como bueno y viceversa. Son tiempos en los que se extraña la defensa de verdades que han sostenido nuestra civilización por más de 2.000 años.
Y nuestra jerarquía guarda silencio. Tenemos más de 80 obispos por todo el país. Hombres llamados por Dios a pastorear a sus ovejas. Pero su silencio es sobrecogedor mientras son testigos de la manera en que los creyentes somos humillados, despreciados, engañados y agredidos en público.
¿Cuál será la respuesta de estos pastores a la pregunta constante que Jesús les hace en cabeza de Pedro, "¿tú me amas?"?
Quiero cerrar con las palabras del obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez, exiliado en Miami por persecución del régimen de Ortega, quien no desperdicia una sola homilía para condenar las atrocidades del régimen, especialmente en su persecución a la Iglesia, en cabeza de monseñor Rolando Álvarez.
"Los poderes de este mundo no soportan a las personas valientes que encarnan la verdad y contagian libertad".
¿Surgirá en Colombia un testigo y profeta del Evangelio que rompa este silencio ensordecedor?