Tres son las preguntas que se hace el ciudadano de a pie en relación con la economía colombiana al cierre del año pasado. La primera es, ¿cómo llegamos al nivel de estancamiento del 2023 cuando crecimos al paupérrimo 0,6%, luego de haber tenido crecimientos récord entre la totalidad de los países de OECD?. La segunda, es ¿cómo me va a afectar esto en mi billetera y la de mi familia?, si es que ya no estoy afectado; y la tercera es, ¿cómo salimos de este berenjenal?
Todos preveíamos una desaceleración en el crecimiento, como ha ocurrido en el mundo, por cuanto no era sostenible tener crecimientos permanentemente tan altos basados en el impulso a la demanda que se necesitó luego de la pandemia y en lo inevitable de una política monetaria que debía volverse contracíclica para contener la inflación. Lo que no era previsible es que en el caso colombiano la caída fue peor que en el contexto regional. Mientras Colombia muestra dicho crecimiento en 2023, otros países de la región muestran resultados muy distintos. Centroamérica y México lo hacen en un promedio cercano al 3,5% y América del Sur en un 1,5% con casos según Cepal como (Panamá 6,1%, Brasil 3%, Bolivia 2,2%, Paraguay 4,5%, Ecuador 1,9%, entre otros).
La diferencia tampoco estuvo en tasas de interés altas, porque eso lo tuvieron la totalidad de los países de la región. La diferencia está en que estamos en medio de una recesión muy profunda de la inversión privada y dependiendo casi que exclusivamente de la burocracia estatal para crecer. Y así nadie puede prosperar. La inversión privada en Colombia lleva, no dos, sino cuatro trimestres seguidos en terreno negativo (-10%, -27%, -34% y -27%) y la relación de inversión privada a PIB hoy es la peor en la historia del país desde hace casi 20 años.
La razón es que hay una profunda desconfianza y temores del sector privado a adquirir maquinaria, a expandir los negocios, a inyectarle nuevo capital a sus empresas. Muchos han preferido sacar sus capitales al exterior y por eso las inversiones de portafolio acumulan varios meses en terreno negativo.
Tristemente el impacto de esta realidad será un empeoramiento de las cifras de desempleo, un deterioro en los avances en recaudo tributario, afectación al balance fiscal y menos capacidad de diversificación exportadora.
Hablando de soluciones, sigue el camino del banco central de reducir tasas sin presiones y siempre con apego a criterios técnicos. Pero el camino más urgente es mejorar la confianza. No más decretos de presupuesto con errores forzados o no, no más decisiones populistas como no subir peajes o sobre tarifas de energía, no más reflexiones filosóficas como modificar la regla fiscal, no más reformas anti-sector privado forzadas y sin consenso, y sí mucho más escucha, diálogo y construcción colectiva con el sector empresarial.
Sin crecer la inversión no seremos ni la potencia mundial de la vida, ni un país de la belleza visitable, ni viviremos sabroso. Eso sí, transitaremos par de años en un escenario económico mediocre que tendrá costos fiscales y sociales. Que no se nos olvide, sin inversión privada no hay paraíso.
*Rector Universidad EIA
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