Hay conductas diplomáticas valiosas que también suelen emplearse como escudo del retraimiento y la inhibición.
Sindéresis, sensatez, prudencia, tacto, cálculo, calma, aplomo o sutileza.
Y lo curioso es que se usan con mayor ahínco cuando una situación se ha tornado insoportable.
Más aún, cuando un giro en el entorno regional, o hemisférico, hace pensar que lo vivido hasta ahora se complicará, haciéndose todavía más estresante.
Me explico. A nadie le cabe duda de que el régimen cubano ampara, promueve y oxigena a una organización armada como el Eln.
A pesar de los esfuerzos formales para que semejante situación se modifique, lo único que se ha logrado es todo lo contrario.
Y si a tal escenario se ha llegado no es por el voluntarismo de uno u otro integrante del Consejo de Ministros, como Cintra, Parrilla o Malmierca.
Es por la naturaleza misma de la revolución que ellos encarnan y que han propagado por Latinoamérica y el Caribe mediante la persuasión y la fuerza.
A lo largo de estos años, el núcleo revolucionario (La Habana) y sus satélites (Psuv, Mas-Ipsp, Patria Roja, Mrc-Unes), han ensayado múltiples mecanismos para detentar el poder, con mayor o menor grado éxito.
De hecho, la coordinación cubana entre los partidos comunistas del área dio origen a las Farc y al Eln, impulsando así un conflicto armado de más de medio siglo contra la democracia liberal.
Hasta el momento, los esfuerzos de ese aparato revolucionario por enquistarse en Colombia han sido infructuosos.
Pero, ahora, esa nomenclatura ha llegado a la conclusión de que las condiciones están dadas.
Tras la reconquista del poder en Argentina y Bolivia, más la estabilidad alcanzada por Caracas, el objetivo es refundar la Alianza Bolivariana imponiéndose a toda costa en las elecciones que vienen tanto en Perú como en Ecuador y Colombia: la Gran Colombia, en suma.
Gran Colombia ampliada, que, con La Habana como hilo de Ariadna, habrá de convertirse en un ‘six pack’ tan atractivo como inexpugnable.
En resumen, hasta ahora el fantasma del castro-chavismo le había sido útil a la derecha para exacerbar el miedo colectivo e impedir el acceso del socialismo al poder.
Pero ese discurso del miedo se agotó en sí mismo y, tanto la pandemia, como el inmovilismo, sumados al histrionismo trumpista y a que la propia izquierda se ha hecho cada vez más potable, terminaron convalidando (relegitimando) la alternativa revolucionaria en el área andina.
Alternativa que verá reforzada sus aspiraciones con Biden en la Casa Blanca, cuyos ministros, casi todos provenientes del gobierno Obama, conjugan a la perfección los verbos negociar, conciliar, tolerar, apaciguar y conceder.
Entonces, ¿serviría de algo romper en este momento relaciones con Cuba (cosa que -según algunos- debió hacerse desde agosto del 2018)?
¿Realmente serviría de algo a estas alturas?