Cuenta la Sagrada Escritura que cuando el rey Salomón fue encargado de gobernar a su pueblo, le pidió a Dios, por encima de las apetencias típicas del poder, el don de la sabiduría y lo hizo en los siguientes términos: “Concede, pues, a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”. La respuesta de Dios fue acorde a sus peticiones: “Te concedo un corazón sabio e inteligente”. En este orden de cosas es quizás en el que deberíamos situarnos en este momento de Colombia todos los ciudadanos. La idea central, muy bien expresada por la Escritura, es tener un corazón sabio.
Se sienten en el ambiente unos corazones con otros sentimientos: corazones temerosos, corazones llenos de rabia, corazones apasionados hasta la ceguera, corazones con sentimientos escondidos, corazones soberbios, etc. Por ahí no es la cosa. A quien tenga algún sentimiento honrado por su propia patria, a quien en verdad le interese el bien común, a quien su mirada le alcance para ver más allá de sus narices, lo menos que se le puede pedir ahora es que haga un esfuerzo para ver con más lucidez, a razonar con más profundidad, a hablar con mayor humanidad. En el desbarajuste en que vive nuestra sociedad, con tanto poder dado a la mentira en todos los ámbitos, con una veneración tan desmedida por la violencia, con tanta indolencia ante la injusticia, con la renuencia a hacer cambios profundos, nada más recomendable que pedir a Dios un corazón realmente sabio, equilibrado, prudente.
Pero sería inútil referir esta necesidad de sabiduría solo al día de hoy, 2 de octubre de 2016. Nos está haciendo falta mucha sabiduría como comunidad humana para dirigir nuestra existencia hacia algún rumbo realmente valioso. Podemos y debemos pedir a Dios ese don del Espíritu Santo, la sabiduría, para el desarrollo de cada vida individual, para la vida de las parejas y de las familias, para el alivio de la vida de los pobres, para el manejo de la cosa pública, para la abolición de la muerte provocada, para educar con respeto, para morir de muerte natural y en paz. A veces temo que Dios pueda un día no muy lejano llevar toda nuestra nación a un periodo largo de purificación, como un paso por el desierto, en vista de nuestra obcecación para comportarnos como hijos e hijas suyas. Serán días muy amargos, pero quizás aún es tiempo de misericordia. Depende de nosotros mismos.
PD: al economista que finge de Ministro de Salud hay que recordarle que no existe un derecho humano llamado eutanasia y que en los centros de salud de inspiración cristiana nunca se matará a nadie, aunque lo pida. También este ministro debería pedir sabiduría.