Sol | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Enero de 2018

“Perdimos la importancia del astro rey en nuestras vidas”

Somos energía, densa y convertida en materia, pero energía.  La energía se alimenta de energía, la fuente natural de la vida.  En nuestro sistema planetario, la energía fundamental está dada por el Sol, nuestra estrella más próxima y de la cual estamos ubicados a la distancia correcta para que la vida –tal y como la conocemos-–sea posible.  Si estuviésemos más cerca, en la órbita de Venus, ya nos hubiésemos quemado; si estuviésemos más lejos, en la de Marte, ya nos habríamos congelado.  Aunque durante milenios consideramos la energía solar la más importante, nos hemos dedicado en los dos últimos siglos a obtener energía de recursos que no son renovables, como el carbón, el petróleo y el gas.  Por fortuna, también nos estamos reconectando con la energía solar, aunque no en la proporción necesaria para revertir los efectos del cambio climático.

Ahora podemos adquirir unidades generadoras de energía solar de hasta medio kilovatio de potencia, lo cual alcanzaría para encender cinco bombillas led durante ocho horas, tener prendido durante cinco horas un televisor de 42 pulgadas, cargar completamente dos teléfonos móviles, utilizar un minicomponente durante cinco horas y un computador portátil durante tres.  Un panel solar, instalado en una casa en medio de la ciudad o en una zona rural desconectada de la energía eléctrica, puede durar hasta 25 años, utilizando de la mejor manera posible la energía renovable del sol, nuestra fuente lumínica natural.  Si es que de veras queremos como especie contribuir a reducir los efectos del cambio climático, el uso de la energía solar debería ser priorizado ante otras fuentes de energía no renovables, que han contribuido al efecto invernadero.  Evidentemente, son muchos los intereses que se oponen a ello.

Necesitamos reconectarnos con el Sol.  Para nuestros antepasados representaba una deidad, de la que provenía la vida, la que era fuente de sabiduría y un referente de conexión espiritual; pero, para nosotros ahora parece significar bastante poco o incluso constituir una amenaza.  Redujimos el Sol a una esfera lejana, muchas veces oculta tras las nubes y desconectada de nuestra existencia, como si el amanecer o el atardecer fuesen algo más en la rutina de la cotidianidad.  Perdimos, en algún momento, la perspectiva de la importancia del sol en nuestras vidas.  Tal vez por estar en el trópico y no contar con estaciones, el Sol es algo más en medio del paisaje.  Es posible que en las culturas que experimentan las estaciones, el astro rey signifique mucho más que la estrella que sale cada día.

Podemos tomar la energía directa del sol en las mañanas, mirando con ojos entrecerrados el amanecer, para sentir cómo nos revitalizamos con la energía madre.  Podemos permitir que el sol acaricie nuestra piel, por supuesto con las protecciones necesarias que no impiden que recordemos que somos seres solares.  Podemos honrar a la fuente que nos mantiene conectados a la vida a través de los alimentos que consumimos.  Podemos dejar de pedir que salga el sol, para ser nosotros quienes salimos a su encuentro.