Fuertes críticas ha recibido el presidente Joe Biden por su decisión de “rescatar de manera incruenta” a 10 estadounidenses y 18 opositores presos en las mazmorras de Venezuela; ya había hecho algo parecido hace un par de años cuando logró recuperar a 7 prisioneros americanos -al parecer frustrados mercenarios que intentaron dar de baja al sátrapa Maduro- hecho frente al cual, en contraprestación, decidió liberar a dos mafiosos sobrinos de la primera dama; ahora lo que hizo fue liberar al señor Alex Saab, empresario colombo-libanés, testaferro y cómplice de Maduro, quien fue recibido como héroe en Caracas. Comparto su decisión, pues más vale la vida e integridad de conciudadanos en riesgo de tortura y muerte que la libertad de un trío de hampones.
Algo similar ocurre en Israel, como cuando nos tocó “sufrir” un largo cautiverio del sargento Gilad Shalit, quien al fin fue “trocado” por la libertad de mil presos palestinos, por orden del premier Ehud Olmert; y lo propio hace ahora Benjamín Netanyahu al canjear secuestrados de la célula Hamás por cientos de terroristas prisioneros de guerra. Veo más el aspecto meramente humanitario que el simple botín de guerra. Acá tenemos un antecedente: Álvaro Uribe -ingenuamente pensando en la liberación de Ingrid y compañía- se puso a hacerle caso al presidente francés Sarkozy y puso patitas en la calle al guerrillero Rodrigo Granda, “canciller de las Farc”, quien de todas formas iría a resultar “amnistiado” en las tablas escritas en “La Mesa de los Santos”.
Pero el mecanismo tuvo una nueva versión, ésta sí de espanto, cuando corrió el rumor de que Petro, de quien se puede esperar cualquier cosa, querían proponer a Ortega la liberación de 14 presos a cambio de que Colombia cumpliera con los fallos de la Haya, que injustamente nos arrebataron la soberanía sobre más de 70 mil kilómetros del Mare Nostrum, nos volvieron trizas el Tratado Esguerra-Bárcenas (ad portas de celebrar un Siglo de vida) y nos movieron el meridiano 82 hasta el 80, a favor de la dictadura nicaragüense. Allí sí echaríamos mano del lema de la Policía, Dios y Patria, valores fundantes de nuestro ser, que no pueden ser objeto de trueque, menos por prisioneros políticos ajenos.
Post-it. Soñar no cuesta nada, pero viajar a Miami, punto culminante del “sueño americano”, sí, como cuando uno se mete en las entrañas del Design District, cuya espléndida arquitectura nos deja sin aliento, y más si te atreves a averiguar en Valentino un par de tenis que rayan los mil dólares o en Dolce & Gabbana un diminuto y elemental porta-documentos por 230. Y quedas más lelo al ver que hay que hacer cola para entrar a Christian Dior, lo cual nos entrega dos verdades: que los mortales no tenemos forma de comprar nada en ese Distrito, pero que en cambio hay cierta cantidad de gente que sí lo logra, como las celebridades que viven por allí -quienes maliciosamente se escondieron a nuestro paso- como Ivanka Trump, Kim Kardashian, Cindy Crawford, Gisele Bündchen, Sylvester Stallone, Will Smith, Oprah Winfrey, Tommy Hilfiger, Shaquille O´Neal, Boris Becker, Novak Djokovic, Arantxa Sánchez, Lenny Kravitz, Ariana Grande, Gloria Stefan, Marc Anthony, Enrique Iglesias, Thalía, Jennifer López, y nuestras amadas paisanas Karol G y Shakira.
Y tuvimos la grata experiencia de apreciar allí una brillante exhibición con pocas obras y una gorda empotrada en un sendero peatonal, de Fernando Botero, orgullo nacional (q.e.p.d.).