Las sociedades se estabilizan y comienzan su progreso auténtico cuando se institucionalizan. A lo largo de muchos años y en no pocas ocasiones, siglos, van acumulando su experiencia de cada día hasta perfilar su manera de ser. Aprenden a convivir, van puliendo sus características y probándolas en la práctica. Como dice el poeta en un verso que ya se volvió parte de la filosofía de nuestros pueblos, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Por eso cometen un crimen mortal contra su gente los destructores de caminos, cuya construcción ha requerido el esfuerzo de generaciones enteras.
No se institucionaliza un país de la noche a la mañana, pero las instituciones sí pueden derrumbarse en un instante de locura.
Lo grave es que los desinstitucionalizadores parecen no darse cuenta de lo que significa un cataclismo de sus bases de convivencia. Piensan que eso es mal de otros y sobre esa inconciencia montan una garantía de irresponsabilidad.
Por esa pendiente casi irrefrenable estamos cayendo al sustituir las instituciones por el capricho de quienes consideran estar por encima de ellas y piensan que no tiene consecuencias violarlas directamente, cambiarles el sentido, invocando su nombre para imponer interpretaciones maliciosas o simplemente retorciéndoles el cuello.
Y es muy claro como en Colombia algunos hombres y mujeres inescrupulosos han suplantado las instituciones. Ellos conforman las instituciones pero no son las instituciones. Abusando de su poder y muchas veces en nombre de la “paz”, han retorcido el sentido y la letra de la Constitución y la ley, pretendiendo hacerla flexible a sus mezquinos intereses. Y ni siquiera tienen el pudor de modular sus intenciones. Las exhiben de manera ostentosa y con total desprecio hacia los colombianos que creen en ellas.
Cuando la institución se reemplaza por la persona del encargado de velar por su correcto funcionamiento, las sociedades dan un salto atrás. Regresan a la edad de piedra en donde se imponía la ley del garrote o, lo que es peor la ley del garrote regida por los propósitos o los vicios de quien lo esgrime…
La sustitución de lo institucional por la voluntad de quien cree que la institución es él frustra, además, el proceso de reconciliación que tanto necesita nuestro país. Si los demoledores que se creen superiores a los demás, continúan paseándose por los picos del despeñadero, pronto los absorberá su propia inconciencia.
Dicen encarnar “la majestad de la autoridad y del poder del Estado” mientras exhiben ante todos, desde sus pedestales de barro, la desnudez frágil de su corrupción. La misma que se llevará la avalancha que han ocasionado.