Estoy aterrada con la celeridad del tiempo. Me desperté a la conciencia de su paso. El tiempo corre, el tiempo vuela, el tiempo no se detiene. Parecen frases corrientes, de cajón, pero cuando te vas haciendo "grande", descubres que no tienes ningún control sobre su velocidad y, en los escasos momentos de lucidez, te das cuenta de que el tiempo no existe. Es como una curva hecha de variables marcadas por los hechos. Observadas las variables, te resulta inasible la matriz del tiempo.
Repasé un texto que escribí a los 39 años. Lo titulé: "Llegar a los 40 sin arrugas en el alma". Escribí entonces: "No le temo a las arrugas del cuerpo, sino a las cicatrices del alma, esas que sólo pueden estirarse en una cita con la memoria para aligerar el equipaje.
Recorrer el pasado con el valor suficiente para observarse a sí mismo en los recuerdos que pesan, los que duelen, los que se esconden, los que hirieron, los que humillaron. Es una cita obligada para reconocerse, perdonarse y amarse.
Pero ese viaje requiere valor, mucho valor y amor propio, para iniciar a los cuarenta el principio del resto de mi vida...y terminarla como lo hizo mi abuela, con brillo en los ojos y una sonrisa en los labios”.
En ese momento me sentía mayor y me quería ver joven. Ahora, casi dos décadas después, sólo puedo sonreir y comprender que nací anciana, maduré en la juventud y ahora sólo quiero vivirme en la niñez del alma, aunque haya en ella una gran dosis de ingenuidad y asombro, para darme la oportunidad de volver siempre a empezar. Es como burlarse del paso tiempo y de sus huellas físicas. Es darse permiso para desaprender lo aprendido y dejar ser al ser.
Le pregunté a mi esposo qué es el tiempo para él y me respondió:
"Es la diferencia metafísica entre el estar y el ser. El tiempo se estaciona en la vida. Desfila delante del hombre o es el hombre quien pasa frente al tiempo estacionado. El hombre desfila hasta que el tiempo se convierte en un antes y un después acumulando los mínimos instantes que, amontonados, constituyen la vida". Le hice la misma pregunta a mi joven hijo Gabriel. Me dijo: “el tiempo es el recurso más valioso y menos valorado de todos”.
Encontré mi propia única manera de medir el tiempo. Es el espacio que transcurre entre la oscuridad del firmamento minutos antes del amanecer. Es como esperar el revelado de un negativo, se va cargando de luz. Cada luz tiene su propio amanecer para expresarse y cada amanecer tiene su propia luz. Esa medida del tiempo me pertenece porque lo esperé, lo imaginé, lo presencié y lo atesoro. Encontré la manera de hacer eterno el tiempo convirtiéndolo en un nuevo amanecer, en un volver a empezar.