No tengo tiempo, me falta tiempo, voy o no voy a tiempo, ya es tiempo, se pasó el tiempo, este tiempo es bueno, el otro tiempo malo. No podemos vivir sin tener en cuenta la realidad que llamamos tiempo. Con frecuencia nos queda la sensación de que somos sus esclavos. No parece que tuviéramos el tiempo para desarrollar nuestras posibilidades e ilusiones, sino que, como un tirano, nos agobia, nos aprieta, nos limita y pocas veces quedamos contentos con el uso que le damos o que este nos da. Y, no obstante, nos pasamos buena parte de la vida midiéndolo: las horas del día, los días de la semana, los meses del año, los años de trabajo, los años para jubilarnos y el cálculo más bien alegre de cuánto viviremos.
En la teología cristiana se encuentra un tema que mira el tiempo de otra manera: se llama kairós y se define como tiempo de salvación. Se piensa como la nueva era de la historia inaugurada por Jesús y que es la de la salvación definitiva. Y que, además, es la última. Este concepto quiere poner ante nuestra mirada una forma de concebir la existencia. Es momento de asumir la obra realizada por Dios para que todos seamos salvados. Es prácticamente un instante en el universo en el cual cada persona ve pasar por su corazón el llamado de Dios para adherirse a Él y su obra de redención. Por lo mismo viene siendo como provocación a la lucidez para contemplar el paso de Dios por la vida y no dejarlo escapar, pues no habrá otro tiempo de estas características. En la vida de Jesús se trató de la hora, su hora, con la cual realizó el plan de Dios y de allí nos vino la redención.
¿Qué hacer, pues, con nuestro tiempo, con el del año nuevo que llega, con el que dure nuestra vida? Ojalá tuviéramos la oportunidad de revisar a fondo el empleo que estamos haciendo de ese instante en el universo que se nos ha concedido como gracia y como nada más. Se constata con suprema facilidad que tenemos inmensas dificultades para volverlo provechoso y a lo sumo somos expertos en vivir ocupados, lo cual no quiere decir exactamente ni siempre que estemos salvándonos en el sentido cristiano de la palabra, o sea, adhiriéndonos de corazón a la obra divina. A la vida moderna le falta una pizca de actitud contemplativa, pero esta no florece en la aridez del fragor en que nos movemos, pensamos, reaccionamos, sentimos. Imposible lograrlo, dirán muchos. Posible, piensa el alma sedienta de Dios. Y no solo posible, sino, sobre todo, necesario, como el agua para las plantas.
¿Será muy de iluso pensar que una próxima etapa de la historia será más bien de contemplación, de admiración ante el Creador y su obra, de gratitud por la vida que no es otra cosa que un soplo divino puesto en la finitud de la carne y la materia? Tal vez las grandes corrientes que hoy se mueven para proteger y vivir mejor la naturaleza sean como preludio del momento en que el ser humano vuelva a hacer comunión con su entorno, consigo mismo y desde luego con su Divino Hacedor. Así, entonces, el tiempo dejará de ser el causante de tantas sensaciones desagradables y angustiosas y se convertirá en lugar de salvación, de contemplación, de fascinación por la vida, de utopía realizable. Roguemos por un feliz año en el que cada uno sienta que este es su tiempo de salvación, no solo de desgaste, correrías, afanes y cansancios. Tal vez ha llegado de nuevo el tiempo de Dios para que el hombre vuelva a ser realmente hombre.