“Lejos estamos de toda equidad y justicia”
Vengo llegando de una vereda de Ortega, Tolima, llamada Samaria, evocador nombre de un pueblo bíblico marginado, pero famoso por un ciudadano suyo, conocido como el buen samaritano. En esta vereda hay un colegio que educa a los jóvenes de bachillerato y de ahí dependen 26 escuelas situadas cada una más lejos que la otra. Allí hay unos héroes de verdad que son los profesores y las profesoras. Hacen de todo: dan clases, organizan lo cultural, lideran las huertas y la jardinería, a veces sacan dinero de sus bolsillos para atender necesidades que papá gobierno no concede, atienden a los padres de familia y andan en moto por unas carreteras que en invierno son dignas de los mejores motocrosistas del mundo. Y, además, viven sonrientes.
Junto a ellos, con respeto y muy atentos, 1800 alumnos. También sonrientes. Les pregunto salón por salón: “¿Que le falta a este colegio?” Respuesta unánime: alimento y transporte. “¿Alimento y transporte?”, pregunto con un poco de sorpresa, pues pensaba que me iban a hablar de libros, computadores, balones, cuadernos. “También, padre” rematan. “Y, ¿cómo es el tema de los alimentos y el transporte?” “Padre, este año no nos dan almuerzo y nos quitaron el transporte por las veredas”. “¿Y entonces?”. “Padre: caminar y caminar”. “¿Usted, joven, cuánto camina, cuénteme?”. Claro y conciso: “Tres horas por la mañana y tres por la tarde”. Mientras abro los ojos casi hasta hacer desaparecer mi amplia frente, le pone una guirnalda final: “y sin comer nada en todo el tiempo que estoy en el colegio”. Me quito el sombrero y me inclino reverente ante este ciudadano en desarrollo, aunque sus políticos sean garantes del subdesarrollo.
Yo me imagino que el alcalde de Ortega debe tener una buena camioneta 4x4 y tal cual escolta; el gobernador del Tolima debe tener varias camionetas y muchos escoltas; los congresistas del Tolima, con toda seguridad, andan en caravanas de muchas camionetas para ir de comida en comida, de coctel en coctel. Los niños, que se las arreglen como puedan pues esa plata hay que usarla, por ejemplo, para mantener esas camionetas y esos cocteles. Y los profes, pues que le digan al sindicato que les arregle sus problemas, les responderán en las secretarías de educación.
Los niños y los jóvenes cuentan estas historias de carencias sin siquiera un asomo de rabia o resentimiento. Simplemente es que les gustaría comerse un plato de arroz, yuca, plátano y carne al mediodía como el común de los mortales. Y les parece interesante que a 35 grados de temperatura puedan movilizarse en un colectivo, así sea en el estribo del carro, para que el sol no los derrita. No es que sean comunistas o guerrilleros o una ong de origen desconocido.
Pero no. El Tolima, petrolero, arrocero, frutero, minero, maicero, etc, no piensa que haya que priorizar a esta población de niños y jóvenes. Y después en los cómodos sillones del Estado se preguntan por qué la gente hace lo que hace y dice lo que dice. Ojalá algún tolimense con influencias y prestante, le cuente esta historia al que pueda cumplir con los actos de justicia que no han realizado con estos colombianos sus mismos gobernantes. Lejos, muy lejos estamos todavía de toda equidad y justicia.