Trumpología | El Nuevo Siglo
Lunes, 20 de Enero de 2025

Durante los próximos años se irá haciendo cada vez más necesario el dominio de una disciplina de mérito olímpico, sin la cual podría volverse prácticamente imposible navegar las aguas de la política internacional. 

Gobernantes, diplomáticos, magnates y empresarios, burócratas internacionales, consultores, periodistas y académicos -cada uno en su feudo- tendrán que adiestrarse en la “trumpología”:  la ciencia que consiste en entender primero, y explicar después, el carácter y el genio, el lenguaje y el discurso, los estímulos a los que responde la voluntad y los criterios que inspiran la conducta de Donald J. Trump, que ayer tomó posesión, otra vez, como presidente de los Estados Unidos.

El carácter de Trump es más o menos conocido, pero su genio sigue siendo prácticamente una incógnita.  Su lenguaje es básico, incluso precario, pero su discurso sólo es simple en la superficie, bajo la cual discurren, en desordenadas direcciones, múltiples subtextos.  De los impulsos de su voluntad hay evidencia (los años de su primera presidencia no fueron avaros a la hora de proporcionarla), pero su criterio -el camino de su discernimiento- resulta mucho más esquivo a cualquier intento de perfilarlo.

Quizá no hay actualmente en el mundo, entre los líderes políticos de su rango, ninguno más complejo e inasible. Varios de los funcionarios de su administración han publicado durante el interregno memorias y recuentos. La impresión que se lleva el lector es la de que, por muy cerca que hayan estado de él, difícilmente acabaron de conocerlo. Entre él y muchos de ellos se abrió, a la postre, un abismo insalvable; ninguno reclama para sí el título de apologeta, pero tampoco el de detractor arrepentido o delator indiscreto. Parece una paradoja: todo en él tiene visos elementales y expresiones primarias; su histrión -el personaje que ha construido- es poco más que un fantoche. Y, sin embargo, aun siendo así -porque lo es-, sería un error creer que es eso.

Acaso por eso, a pesar de ser el mismo, Trump 2.0 podría ser diferente de Trump 1.0.  No sólo porque está más curtido y envalentonado.  No sólo porque el mundo de hoy es distinto -aunque se equivocan quienes dicen “radicalmente distinto”- del mundo que encontró (y se encontró con él) en 2017.  Sino porque en él, como dijo de sí mismo el poeta Fernando Pessoa -a quien con seguridad Trump no conoce- “habitan innúmeros”.

Por ahora lo que hay, además de las medidas inmediatas, de los golpes de efecto de sus primeras órdenes ejecutivas, es su discurso de posesión.  Una perorata revanchista, mesiánica, imperialista, revisionista, adánica, excepcionalista, nativista, mercantilista.  Pero eso son sólo adjetivos.  Lo sustantivo irá emergiendo según la circunstancia, a veces con la forma de los hechos consumados.

Trump parece a veces un bárbaro.  Las aprensiones que suscita, los desvelos que provoca, el ruido que causa, nada de eso es gratuito. Pero ¿quién sabe?  Hay malestares que sólo curan medicinas revulsivas. Y como advirtió otro poeta, Constantino Cavafis, evocando la inminente llegada de los bárbaros y el crepúsculo de un imperio agotado en un mundo en plena transición, “Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales