Termina este año y a todos los colombianos nos queda un sabor agridulce por todo lo que pasó y dejó de pasar. 2018 será, de lejos, el año signado por la corrupción rampante no sólo en el ámbito de lo público, sino en las esferas particulares. Es una época en que se nos llenó la copa de la indignación pero también la de la frustración y la desesperanza. Los populismos y los extremismos hicieron su agosto. Nuestro gran escándalo, Odebrecht, fue el gran dolor de cabeza. Es la madre de todas las inmoralidades.
Como están las cosas y en medio de un océano mediático, lo único claro es que no hay nada claro sobre todo sobre el rumbo que lleva o deba llevar la investigación. Cada día se descubren más turbias operaciones y se pone de presente cómo el afán de enriquecimiento rápido y sin ética alguna no conoce ni niveles, límites o fronteras. Han comenzado a rodar cabezas pero no todas las que deben ser. La renuncia del hasta ahora intachable director de Medicina Legal en Colombia es apenas la primera de ellas. Víctima de una guerra sin cuartel que se está librando entre los que quieren descubrirlo todo y los que quieren ocultarlo todo.
Otra importante figura es la del Fiscal General de la Nación. Su batalla parece no haber terminado y aún es mucho lo que falta por clarificar. Sus errores parecen ser más de omisión que de acción, pero es una verdadera lástima que haya terminado enredado mientras cumplía una buena tarea al frente del ente investigador. Reficar es otro escándalo de dimensiones e implicaciones ciclópeas. Un verdadero monumento a la desfachatez e irresponsabilidad de una clase empresarial verdaderamente irresponsable y criminal.
En medio de este desolador panorama, la clase política sale bien comprometida por su tolerancia permanente con todas estas situaciones Su gran impacto lo está pagando el legislativo por su comportamiento complaciente con todas estas censurables situaciones. Por ello es que sus cacareadas reformas se han hundido sin pena ni gloria. Es triste percatarse cómo nuestros padres de la patria no tienen el menor deseo de que este lamentable estado de cosas se modifique.
El gobierno de Iván Duque tampoco sale bien librado. Sus escasos cinco meses al frente del solio de Bolívar arroja un resultado variopinto. Para muchos, con más sombras que luces. Los resultados del accionar ministerial es más que mediocre. Ni uno solo de los ministros puede ufanarse de un logro realmente importante. Los ministros que más se mencionan, los de gobierno, relaciones y hacienda, se la han pasado dando explicaciones y no recogiendo frutos de su gestión.
Quizás el más damnificado haya sido el propio presidente Duque. Bien intencionado y aconductado, todavía no parece tener claro qué es lo que quiere y cómo lo quiere. Se la ha pasado apagando incendios y haciendo carpintería regional... El frente más peligroso es el de sus relaciones con el demente del Maduro. Aquí es donde creemos que debe concentrar sus mayores esfuerzos, los próximos meses, para evitar que los delirios del sátrapa venezolano nos incendien la frontera.
Los tiempos son pues muy difíciles y lo más delicado es que todos opinan y critican pero nadie parece tener la fórmula milagrosa para salir de esta encrucijada. Nuestra economía está maltrecha y en nada contribuye en mejorar sus perspectivas las imbecilidades del presidente Trump, cuyas relaciones con Bogotá no pasan, evidentemente, por su mejor momento. Es muy probable que en el próximo año las cosas tampoco mejoren... Pero recémosle al Sagrado Corazón para que, al menos, no se compliquen aún más.
Adenda
Hay que rogarle también que ayude al Alcalde Peñalosa a terminar su mandato en los mejores términos y con los más ambiciosos programas. A pesar de lo que piensen algunos, ha sido un buen alcalde.