HOY, en pleno siglo XXI, cuando todas las alarmas están prendidas y cuando decenas de gobiernos y organizaciones especializadas trabajan para crear y consolidar una conciencia individual y una responsabilidad colectiva sobre las urgencias de cuidar y preservar los recursos naturales, es triste comprobar que en nuestro país no ocurre un fenómeno similar.
Veinticinco años después de la Conferencia de Kioto, no contamos con políticas públicas de obligatoria observancia sobre el tema. Y, además, nos negamos a ratificar los acuerdos allí logrados, quizás para guardar las apariencias el discurso existe, pero sus alcances no van más allá de las meras palabras. En las ciudades y en el propio campo, vemos a diario la tala indiscriminada de árboles y la destrucción de valiosos pastizales e irremplazables fuentes hídricas. No existe una pedagogía oficial y mucho menos una pedagogía escolar que vaya creando conciencia sobre algo tan vital que compromete nuestra propia subsistencia y supervivencia.
Y el gobierno actúa de manera desvergonzada. Haber reducido en casi un cincuenta por ciento el presupuesto nacional para la gestión ambiental es un indicador irresponsable, en medio de una deforestación generalizada de más de treinta millones de hectáreas de tierra protegida. A diario la prensa denuncia cómo se han venido diezmando las partidas destinadas a la investigación y el papel cada vez más vergonzante del propio Ministerio del Medio Ambiente. Un ente que, desde su propia creación, trata de avanzar... como los cangrejos.
Esta situación se agravará a la vista de los acuerdos y disposiciones que se están tomando en la llamada era del posconflicto. Y lo más delicado: no hay resultados que mostrar en la lucha contra el cambio climático, que recomienda que las emisiones del CO2 deben disminuir dramáticamente, para lograr resultados positivos en lo relacionado con la sostenibilidad ambiental. El combate contra el calentamiento global, que debía de ser una de nuestras prioridades nacionales, no tiene así una hoja de ruta verificable, cuando la tasa actual de acumulación atmosférica de gases de efecto invernadero muestra niveles realmente alarmantes.
Pero no todo es negativo. Hay excepciones muy valiosas; en pleno corazón del Valle del Cauca, una tierra bendecida por la naturaleza, el Ingenio Providencia, ese gran motor del desarrollo regional, está empeñado en preservar los bosques nativos y al efecto ha diseñado un bello parque ecológico, de más de cuatrocientas hectáreas. Allí una población de ciento veinte especies de aves y unos sombríos de casi doscientas plantas tropicales, han creado todo un ecosistema que busca proteger la cuenca hidrográfica del río Amaine. Es un formidable pulmón regional.
El Ingenio viene realizando una tarea aleccionadora verdaderamente ejemplar sobre el tópico, realizando cursos de capacitación en escuelas y colegios de la región: conformando numerosas brigadas de "guardianes verdes" y consolidando, con todos los vecinos, un verdadero corredor de vida silvestre. Una manera de convocar con el ejemplo a toda una nación. El director del proyecto, Vicente Borrero Talero, gerente general del Ingenio Providencia rebeló que este ha tenido un costo de 2 mil quinientos millones de pesos y confía en que esta iniciativa pueda ser copiada por otras empresas en otras regiones del país.