Se decía que vendría una “nueva normalidad” luego de superada la pandemia del Covid-19. Se estipulaba que sería un mundo más amable y consciente, más fraternal. Sin embargo, sin querer para nada entrar en el adanismo -en alusión a Adán-, hoy de moda, que pretende formatear el sistema o borrar y empezar de nuevo, sin considerar los progresos alcanzados, si inquieta, sobremanera, la especie de encogimiento o pusilanimidad que vive el mundo por este tiempo.
El covid-19 que se percibió como un Cisne Negro, inusitado frente a los avances del siglo XXI y nunca esperado, pasó de ser el evento a ser una circunstancia más. Es increíble que la llamada resiliencia haya dejado de ser cierta.
Hechos a nivel mundial como la agresión de Rusia a Ucrania, con ciudades y viviendas desbastadas y ancianos, niños y madres que corren contra la muerte, parece decir que valió poco las pérdidas de la pandemia -que aún persiste-, como quien va de mal en peor, metafóricamente en el agujero negro.
En Colombia, a pesar del dinamismo de la recuperación de la economía y de estar en los gozosos ante el buen ritmo de la vacunación y el ciclo más bajo de contagios y decesos, la cuestión no es distinta.
Por un lado, se pone en entredicho la elección del Senado de la República tras plantear un reconteo general de la votación, que ya fue revaluado, por cuenta de errores en su transcripción que suman más curules a la lista del Pacto Histórico, el ala izquierda liderada por su candidato a la presidencia, con la disminución para otros partidos o alianzas.
En abril y mayo del año pasado, por cerca de cuarenta y cinco días, se sitia al país con un paro nacional tomado por la violencia, con muertes y bloqueos a la actividad económica, que aún repercute en empresas y en el alza de precios. Se le suman las voces de Venezuela con ímpetu de imitar a Rusia en contra de Colombia. En la Catedral Primada de Bogotá entran encapuchados con arengas en plena misa dominical, sin respeto alguno a la devoción católica.
El sentido humanitario, que surgió luego de la segunda guerra mundial, y la tolerancia, mal interpretada muchas de las veces, pasan ahora desapercibidos. Hay una especia de impotencia ante los hechos que hace pensar en un mundo, como dice el Papa Francisco: que perdió la capacidad de asombro o, digamos, que se quedó impávido.
Más que hablar de impavidez, como actitud que denota valor y serenidad ante los peligros, se refiere al adjetivo, a un mundo que pareciera no tener pavor o temor o que obra sin este, como pasmado o paralizado, con las ganas, que esta reacción genera, de ser persuadido y sacudido.
Como escribiera Ratzinger, aún de cardenal: “La dictadura del relativismo es el problema más grande de esta época. Cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la tolerancia, los derechos básicos se relativizan y se abre la puerta al totalitarismo”.
Ojalá, Colombia, ad-portas de escoger su rumbo, que se dirime ante la posibilidad de un cambio de todo: de modelo económico, social, educativo, a pesar de su fuerza emprendedora, pueda actuar para no caer en esa senda difícil de revertir. Mas que entrar en una nueva normalidad tenemos que superar la nueva impavidez.
* Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI
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