El mundo avanza a pasos agigantados en la eliminación de prácticas que implican dolor y sufrimiento innecesarios, la aspiración no es nueva en la humanidad, ha sido una constante y a ella se le deben entre otras, la existencia de los Derechos Humanos y su universal práctica de inserción en los textos constitucionales como derechos fundamentales. Lo novedoso de la presente ola es que se funda en un consenso universal que exige la desaparición del maltrato y la tortura de todos los escenarios de la vida, ya no es la lucha de segmentos definidos como opositores a tal o cual gobierno, a tal o cual corriente ideológica, es un consenso ético de las presentes generaciones que corre sin freno, es la globalización de la dignidad animal racional y no racional.
El Concejo de Bogotá, por iniciativa e impulso de la concejal animalista Andrea Padilla, acaba de expedir el Acuerdo “Por el cual se desincentivan las prácticas taurinas en Bogotá” y con esta medida se prohíben el uso de elementos cortopunzantes vinculados a la faena como las banderillas, la pica, el estoque y, por supuesto la suerte suprema con muleta o estoque. Desde ahora los organizadores de la corrida deben destinar el 30% de la publicidad para informar a la comunidad sobre el maltrato animal que implica este tipo de prácticas culturales, debiendo asumir el costo logístico de seguridad y pagar un 20% de impuesto unificado al fondo de pobres, azar y espectáculos en el Distrito.
Este ejercicio que acaba de hacer el Concejo Distrital es, entre otros, resultado del ámbito competencial de la descentralización administrativa que le confiere la Carta Política a las entidades territoriales, recogido por la Corte Constitucional en sentencia hito C-666 de 2010 sobre competencias en materia de regulación y prohibición de las actividades de corridas de toros, las novilladas, el rejoneo, las corralejas, las becerradas, las tientas y las riñas de gallos, realizados con ocasión de la revisión que se hiciera de la excepción consagrada en el artículo 7 de la Ley 84 de 1989, dejándose la prohibición de la crueldad en estas actividades al legislativo que prefiere seguirse eligiendo, en unos buenos casos, con los votos del dolor y hacerse el ciego.
El rechazo por la crueldad en las relaciones con los animales no racionales es cada vez mayor, queremos un buen vivir y morir para los seres vivos que tienen capacidad de sentir. Para quienes no están interesados en el dolor y el sufrimiento como trato estandarizado, exigimos que las autoridades tomen un papel activo y hagan lo que el sentido común y la ética mandan, que hagan uso de dicha autoridad para proscribir y castigar cualquier forma de abuso, tratos crueles y contrarios a la naturaleza animal, que no terminan siendo más que discriminaciones injustificadas que solo tienen como argumento la pertenencia a una especie diferente a la nuestra. Lo hecho en Bogotá es un paso en la dirección correcta.
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