Se anuncia la venida de un profeta a nuestra tierra: el Papa Francisco. Un privilegio, también un reto inmenso. ¿Para qué nos visitará? ¿Qué quiere o qué busca? ¿Qué efectos puede producir en realidad su visita? Que viene a darle la bendición al naciente estado de relativa paz. Que viene a darle un nuevo impulso a la labor de la Iglesia en esta patria. Que quiere hacer más visible la realidad de los pobres y más audible la voz de ellos. Muchas cosas comienzan a decirse y habrá que ir decantando todo hasta ver con claridad de qué se trata este complejo asunto y este huésped ilustre. Si Dios lo permite, será la tercera visita de un pontífice romano a Colombia, pues ya estuvieron entre nosotros Pablo VI y Juan Pablo II.
Comencemos por aclarar los términos. Un papa es un profeta de Dios. Su tarea es anunciar a Dios y denunciar toda injusticia y todo pecado. Un papa no es una figura protocolaria ni un jefe de Estado con funciones simbólicas. Mucho menos en el caso del papa Francisco, quien ha luchado con tenacidad para que nadie se apodere indebidamente de su imagen y misión. De hecho, le ha impreso al papado un aire de gran sintonía con los problemas reales de las personas, especialmente de las que él dice, están en las periferias de la sociedad. Y es quien ha querido que la Iglesia sea como un hospital de campaña, abierto a todos, con más capacidad de misericordia que de juicio. No se trata, pues, de un “personaje”, sino de un hombre de Dios con su palabra en la boca.
Podríamos, entonces, esperar que nos hable desde las fuentes de Dios. Que se manifieste partidario de la paz, de la verdadera paz y por encima de estas discusiones tan poco profundas que se dan entre nosotros sobre este tema. Que nos jale las orejas por nuestra poca solvencia moral y ética que nos tiene definitivamente en estado de desastre social. Que fustigue a la Iglesia para que seamos más activos en la misión y todavía más comprometidos con los pobres y necesitados. Que le jale todavía más duro las barbas a la clase política por su insaciable apetito de servirse a sí misma y no a los ciudadanos. Y, en general, cabría esperar que la presencia del Papa Francisco fuera como rocío de esperanza que empape una tierra que hoy en día está cansada, desanimada y llena de hombrse y mujeres que parecen “ovejas sin pastor”. Jesús preguntaba a quienes habían salido a ver a Juan Bautista: “¿Qué salieron a ver?” Si Dios nos regala la presencia del primer Papa Latinoamericano, salgamos a ver al profeta. Otras miradas serían incompletas.