La llamada a indagatoria del presidente Uribe me ha dolido mucho. Me duele por el hombre que respeto y admiro. Me duele sobretodo sabiendo que su vida no ha sido otra cosa que pensar y actuar a favor de todas las cosas que le sirvan a Colombia. Uribe no cometería jamás un delito, es un hombre en extremo respetuoso de la ley, la autoridad y se preocupa por que todas sus actuaciones puedan ser ejemplo.
Uribe no admite reuniones a solas, no guarda secretos, habla por altavoz. Es abierto, despreocupado de los artilugios y las estrategias jamás le interesan. No planea, sigue su convicción de avanzar siempre iluminado por la luz del sol; sin atajos, sin desvíos, sin distracciones.
El llamado de la Corte me indigna por lo que Uribe representa para este país. Ha sido el político más importante y con mayor respaldo popular de los últimos tiempos. Para quienes lo seguimos representa legalidad, compromiso de que la política debe servirle a Colombia, y la certeza de que un buen gobierno si puede transformar este país. Uribe es un símbolo de cosas positivas.
El Centro Democrático, su más reciente creación, es un partido de ciudadanos que no hacían política y por Uribe decidieron involucrarse. Hemos ganado elecciones sin maquinarias, plata o puestos. La política de opinión dejó de ser una minúscula porción para ser capaz de ganar elecciones. En medio de tanta podredumbre en la política, me indigna que Uribe sea presentado ante la opinión como un criminal, él que es la antítesis de todo eso.
La indagatoria se suma a una larga lista de desilusiones sobre las instituciones. Con Santos volvimos a instituciones fletadas a favor del gobierno, defendiendo posiciones políticas más que sus funciones constitucionales.
Haber ganado el plebiscito fue un hecho histórico, porque ya habían modificado las normas para hacer casi imposible que el NO ganara. Revisado por la Corte Constitucional dejaron correr la vara de lo jurídico, y en lo poco que crearon, el gobierno tampoco lo respetó. No hubo quien defendiera a quienes supuestamente éramos la minoría. Nos convertimos en la mayoría, y tampoco hubo quien nos defendiera. Nos robaron la decisión democrática y las instituciones se prestaron para eso.
Luego volvimos a ganar la presidencia, y ser la mayoría tampoco permite participar en las decisiones del proceso de La Habana; instituciones que no respetan las decisiones democráticas. Las mismas que impidieron la extradición de Santrich, dejaron fugar a Márquez y a otros delincuentes con el discurso de que se arriesgaba la paz. Dejaron sentar criminales de lesa humanidad en el Congreso sin cárcel, sin verdad, sin reparar víctimas; con la promesa de una paz que no llegó. Ni llegará porque el narcotráfico y la minería criminal sigue teniendo millones de dólares para financiar violencia y ahora protegidos por el dictador vecino.
La lista de mis desilusiones es mucho más larga, pero definitivamente esta indagatoria es la que más me pesa: Que la justicia sea selectiva, que frente a contradicciones entre testimonios de criminales se prefieran cómo ciertos los que perjudican a Uribe, violando la presunción de inocencia. Que no haya voluntad de siquiera considerar lo que para este sector político es evidente: la estrategia criminal de desacreditar a Uribe. Pareciera un intento de obligarnos a renegar del Estado de Derecho, de llevarnos a decir que en Colombia no hay instituciones.
Hoy lo creo más que nunca, quieren ensuciar a Uribe para lavar los crímenes de la izquierda asesina, quieren judicializar a Uribe para que todos seamos criminales y legalizar la impunidad para todos. Resistiremos, como hemos resistido. Si no hay instituciones que defiendan la justicia, confío otra vez en un milagro del Creador, que nos libre de tanto mal. Mientras tanto seguiremos combatiendo en la arena democrática hasta que Colombia encuentre una justicia justa.