Una larga vida es una bendición de Dios. A pesar de los achaques normales que trae consigo la vejez, llegar a ella tiene muchas cosas positivas, inclusive, maravillosas. Hoy en Navidad, más que nunca, demos gracias por haber vivido una larga vida.
Claro, hay que reconocer que ya no podemos hacer las cosas tan rápido como antes, pero ¿quién dice que hacer las cosas más lentamente es malo? Hacer las cosas con lentitud tiene muy buenos resultados; uno de ellos es que seguramente las hacemos mejor, sin afán, con más cuidado y experiencia, obteniendo mejores resultados.
La experiencia es también algo que llega con la edad, y es uno de sus más valiosos dones. No se tiene experiencia si no se ha vivido lo suficiente para experimentar cómo hacer bien lo que hacemos. Precisamente de ahí nos llega otro don, la paciencia.
La paciencia en todo “su esplendor” es sabia, justa, sensata; en cada momento de la vida, con cada persona, muy especialmente, con nosotros mismos. Si hay algo que llegamos a ser en la vejez es pacientes. Bien nos ha enseñado la vida que “del afán no queda si no el cansancio”.
Aprendemos que no todo se da como queremos, cuando queremos o de la manera que queremos, pero la paciencia combinada con la constancia, otra cualidad que perfeccionamos con los años, nos permiten aceptar los resultados y volver a intentarlo hasta lograr lo que nos proponemos.
Hablemos más de la constancia, la cual aprendemos cuando, finalmente, entendemos que se necesita mucha, pero mucha, constancia para que algo sea perfecto. Y eso llega con el tiempo. Un verso puede parecer perfecto, pero hay que tener constancia para encontrarle el ritmo, acento y tonalidad que lo haga encajar en el poema. Así sucede con cualquier maestría que se quiera dominar, en las ciencias, el deporte, la política, las artes o la vida cotidiana y el trabajo.
De todas las cualidades que atesoramos con la edad, la más importante es la sabiduría. Esa acumulación de conocimientos, experiencias y vivencias que nos da tanto poder. La sabiduría es poderosa, es la llave del éxito. Nuestros conocimientos son la herramienta más eficaz a nuestro alcance y los acumulamos con los años.
Así que no se crea ese cuento que los viejitos no podemos hacer nada, que nuestras capacidades dan para poco. Esa es una absurda teoría de generaciones modernas que solo aman la juventud, la belleza y el dinero. Hoy el faro de sabiduría es el celular, las redes sociales, o el “influencer” de moda. Ya es tiempo de repensar las cosas. El potencial de los viejos es infinito y toda cultura que lo ignore, ignora la ley de la vida.
Los viejitos somos valiosísimos, tenemos experiencia, conocimientos, constancia, paciencia y sobre todo la sabiduría que se requiere para hacer las cosas bien y ayudar a los que busquen nuestro consejo. Así lo entendieron generaciones anteriores y las grandes culturas de la antigüedad. Los viejos hemos sido a través de la historia, faros de sabiduría, lo más valioso y respetado de una comunidad.
Feliz Navidad a todos los viejitos que me están leyendo, a los niños que llenan nuestras vidas de sonrisas, y a todos los adultos que amamos y nos cuidan con tanto amor.