Australia viene siendo noticia desde octubre de 2019 por la intensa oleada de incendios y para los escépticos climáticos esta situación no es nueva y por tanto no debía ser registrada con la angustia que se está haciendo. Sin embargo, esta temporada de incendios es preocupante porque, según el consenso científico, su origen guarda relación directa con el calentamiento global que evidencia el incremento de la temperatura en más de un grado en el último siglo, alcanzando el pasado 17 de diciembre un record de 41,9°C.
La situación es extrema y preocupante porque encarna una tragedia no solo para los australianos sino para la humanidad, las cifras son escalofriantes porque hablan de veinte cuatro seres humanos muertos, el estado de Nueva Gales del Sur arrasado, situación que implica un gran desplazamiento humano teniendo en cuenta que son siete millones y medio sus habitantes; seis millones de hectáreas calcinadas que para el caso colombiano es el equivalente a que un incendio arrasara el departamento de Antioquia; cerca de quinientos millones de animales afectados siendo los más representativos los Koalas, han sido gravemente afectados, al punto que hoy se está diciendo con gran fuerza que han quedado funcionalmente extintos lo que significa, entre otras cosas, que su actividad pasa a ser marginal en los ecosistemas donde habitualmente era un actor principal, en otras palabras sus ecosistemas pueden ser reconfigurados.
Estamos hablando de un fenómeno climático que ha llevado el humo hasta Uruguay, Argentina y Chile, con la advertencia realizada por la Organización Meteorológica Mundial que, de mantenerse las condiciones actuales, el humo podría darle la vuelta al mundo.
El mundo no se repone del trágico balance que producen los incendios feroces en el sur, cuando se anuncian otras grandes tragedias por el intenso verano en el norte australiano. Este 8 de enero las autoridades de los territorios Anangu Pitjantjatjara Yankunytjatjara anuncian el sacrificio de diez mil camellos, decisión que justifican en el creciente conflicto por las fuentes de agua que por esta época se están agotando y, los frecuentes daños que están causando en las aldeas a las que se acercan buscando el preciado líquido.
Estas historias nos plantean nuevos escenarios de conflicto, la competencia por los recursos vitales ya no solo enfrenta a los humanos, a la vieja usanza de los conflictos tradicionales, sino que nos pone en la línea de los conflictos interespecies, que es necesario abordar con seriedad en la agenda política de los estados.
Con todo lo que viene ocurriendo en los foros globales y regionales sobre conservación ambiental no se avizora esperanza, los líderes se hacen presentes con muy baja capacidad de decisión acompañada una casi inexistente voluntad de abandonar los modelos de consumo y extracción que nos han llevado a esta situación límite.
Se hace inminente un replanteo a profundidad de las políticas públicas de protección y conservación medio ambiental y esto conlleva necesariamente a que las sociedades, no solo la australiana, revisen su almacén de liderazgos porque las existencias parecen tener fecha de caducidad o hechos para un mundo que a dejó de existir. También es necesario refundar las bases morales sobre las cuales se sustenta la relación humana con la naturaleza, acompañarlas de un esquema jurídico local y global que nos permita una coexistencia respetuosa, especialmente que nos haga viables en un mundo multiespecie. Es la lección que la tragedia australiana nos recuerda y que nos negamos a aprender.
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