Así como el presidente Juan Manuel Santos se empeñó y comprometió a fondo en su proceso por lograr la paz y lo hizo con un relativo éxito que, al menos, le asegurara un lugar en la historia, el presidente Iván Duque parece estar convencido que su destino está íntimamente ligado a los resultados que obtenga en su cruzada contra la corrupción.
Sin embargo no será una tarea fácil ni grata. La cultura de la corrupción está tan enquistada en nuestra sociedad que simplemente se ha convertido en un "modus operandi" cotidiano, en muchas regiones y en muchos sectores de la vida nacional. Comenzando por la costumbre atávica de ganarse la vida con prácticas avivatas -pasarse un semáforo en rojo- hasta la más sofisticada tipo Odebrecht, esquilmando nuestro presupuesto en partidas multimillonarias.
En la semana que termina el gobierno del presidente Duque convocó a todos los dirigentes partidistas en un intento por sellar una gran coalición contra los corruptos. En esta forma el mandatario busca cerrar el boquete abierto por el fracaso de la consulta del comino anterior. Pero hay que ser sinceros. A pesar de la alta votación en favor de los siete puntos claves del referendo, no se pudo alcanzar la cifra que aprobaba en definitiva dicha convocatoria. Por más que digan lo que digan los frustrados promotores, lo único cierto es que faltaron "los cinco centavos para el peso" y como siempre ocurre nos quedamos sin las herramientas necesarias para esa lucha colectiva.
Aquí también aparece una inveterada costumbre colombiana; tratar de maquillar los fracasos con la apariencia de victorias morales. Tenemos que aterrizar y aceptar que es muy triste que el país no haya aun tomado conciencia de esta gran tara que nos agobia y que se hace necesaria su erradicación de raíz y sin contemplaciones. Nuestra clase política, que como hemos dicho desde siempre, es una "clase sin clase", sigue demostrando que no está realmente interesada en cambiar sus viejas mañas y mucho menos en cerrar posibilidades a sus deseos de enriquecimiento exprés.
El presidente Duque, fiel a su talante y a su estilo, se ha mostrado optimista sobre los primeros resultados de su "cumbre". Y ha advertido que una mesa técnica se apersonara del asunto y diseñara unos proyectos de ley que las diversas bancadas le han prometido que los aprobara a su paso por el Congreso. Será un buen intento por unificar las agendas partidistas y las del gobierno para que, por fin, el Estado puede contar con los dientes necesarios en esta confrontación.
Por lo visto el Presidente Duque está actuando en consecuencia con una realidad política: o logra su cometido o su mandato se verá seriamente afectado. Tiene, además, que entender que su fan reformista debe ser atemperado y centrado. No puede ni debe seguir tratando de disparar en varias direcciones. Debe tener presente el dicho castellano que reza: “el que mucho abarca poco aprieta”. También tiene que convencerse que debe "ir despacio y con buena letra”. Debe aprovechar la indignación generalizada para encauzarla a su favor y comprometernos a todos.
Su principal escollo logístico proviene de su propia bancada, el Centro Democrático y de los arrebatos de su mentor "eterno", el expresidente Álvaro Uribe. Tanto este último como sus áulicos tienen sus propios intereses. No hay que olvidar que el exmandatario está muy encartado y empapelado por la Corte Suprema de Justicia.