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Con la más que reciente elección de Guillermo Saccomanno como ganador del Premio Alfaguara 2025, la versión moderna de este galardón, contado a partir del parón entre 1973 y 1997, alcanza ya los 29 ganadores en 28 entregas. Este ligero desfase en el espacio-tiempo fue gracias a su rocambolesca primera edición de 1998, una en la que el premio volvió por todo lo alto tomando una salomónica decisión que no hemos vuelto a ver jamás desde entonces: nombrar a dos ganadores. Así pues, “Caracol Beach” del difunto Eliseo Alberto y “Margarita, Está Linda la Mar” de Sergio Ramírez se repartieron los honores en el foto-finish literario más curioso del que tengamos memoria.
Pero ¿realmente hacía falta ungir a dos novelas con la gloria eterna? ¿Tan empatadas estaban que no había forma de decantarse por alguna? Bueno, tras haber leído ambas, creo que la respuesta está en exactamente qué se quería premiar, pues son obras con méritos absolutamente diferentes que apuntan a segmentos del mercado que no necesariamente compiten entre sí. Al final del día, y más allá de las cualidades narrativas de cada una, es innegable que como estrategia comercial y teniendo en cuenta la maniobra de resurrección del premio tras 25 años de ausencia del panorama editorial, regresar del más allá con un doblete de libros para ofrecer al público no puede denominarse de otra forma que como una brillante jugada maestra de marketing.
“Caracol Beach” es esencialmente un relato policiaco, pero no uno típico donde tenemos que descubrir poco a poco quién es el asesino, sino uno en el que se nos lleva tras los ominosos pasos de Alberto Milanés, un veterano de la guerra de Angola que, afectado por una profunda crisis, una noche sale por la Florida con la firme intención de que alguien lo mate. En este trémulo camino hacia el final de su sufrimiento, la vida entera de los habitantes de Caracol Beach dará un vuelco por culpa de los oscuros eventos que durante aquellas pocas horas conectarán múltiples historias de amor y redención en un thriller que, entre saltos temporales, nos recuerda la mejor literatura de migrantes latinos en Estados Unidos. Una historia altamente disfrutable, cual best-seller veraniego a pie de piscina.
Por otro lado, “Margarita, Está Linda la Mar” es una oda de complejísima estructura gramatical y riquísimo lenguaje que a la vez funge como homenaje al legado del poeta Rubén Darío y como resistencia de papel contra la figura de Anastasio Somoza.
Un texto que se tiene que leer varias veces, como las historias de William Faulkner, y en el que la trama es lo de menos (aunque en sí misma ésta es interesante, ya que va sobre un amago de atentado contra el dictador), pues el petróleo se extrae de los diálogos de los personajes y las dinámicas de sus juegos de palabras. Toda una cátedra sobre cómo se debe hablar con propiedad en las ficciones y un espectáculo de malabarismo del castellano que sólo una pluma curtida en el oficio como la de Sergio Ramírez nos podía regalar.