Vivir y aprender, aunque no son palabras sinónimas en el diccionario, son en la cotidianidad un mismo acto. Resulta imposible no aprender mientras estemos vivos, cualesquiera que sean nuestras circunstancias.
Aprendemos en comunidad. Desde el vientre materno, en esa unidad fundamental con la madre, estamos construyendo aprendizajes: sabemos cómo suena el corazón de mamá, diferenciamos la luz de la oscuridad, vamos escuchando la lengua materna que paulatinamente nos lleva a comprender lo que ocurre en nuestro entorno y nos habilita para todas nuestras relaciones. Independientemente del grado de escolaridad que tengamos, de los contextos en los que nos movamos, aprendemos diariamente: a tomar por una calle distinta, a cocinar una nueva receta… Esto es posible por la interacción, esa conexión vital con los otros y lo Otro, como la naturaleza en todas sus manifestaciones, el planeta entero, los multiversos.
Me parece obsoleto que se promuevan formas de enseñanza que centradas en el individualismo y la rivalidad. Claro, como es lo que conocemos, nos puede parecer extraño no competir y nuestro cerebro puede reaccionar en forma automática diciendo que un mundo sin competencia no es posible. Necesitamos ampliar la mirada, como cuando subimos a un edificio alto y contemplamos un paisaje que sería imposible vislumbrar desde la planta baja. Es cuestión de perspectiva: si nos quedamos únicamente con la que nos ofrece el pensamiento de la Modernidad, en el que ya llevamos 500 años y valida toda la experiencia patriarcal previa, vamos a ver solo una parte del horizonte existencial; si nos damos el permiso de aplicar y seguir desarrollando nuevas formas de conocimiento, podemos alcanzar otras perspectivas. Te invito hoy a ampliar tu mirada.
Ya sabemos de sobra que la cooperación es, de hecho, connatural a la vida, que la teoría de la evolución de las especies de Darwin –un punto de vista, como cualquier teoría– está revaluada por las mismas ciencias de frontera. Desde mediados del siglo pasado en forma más contundente, y por supuesto a partir del pensamiento de grandes visionarios de épocas anteriores, hemos venido permitiendo la emergencia de acciones colaborativas. Por ello organizacionalmente hablamos desde hace rato de trabajo en equipo, sinergias y proyecciones en comunidad.
Aprendemos mejor en equipo. Si bien abandonar la competencia tomará varios años más, sí podemos fomentar la solidaridad en nuestras familias y organizaciones, estimulando la cooperación más que la rivalidad. Evidentemente, se nos pueden atravesar nuestros egos, pues a la base de toda competencia no solo está la cultura patriarcal, sino también nuestras sombras no integradas.
¡Vamos! Te invito a sentipensar en forma diferente, acotar la competencia y abrirte a más experiencias de aprendizajes compartidos. Ahí está el verdadero poder, en la unidad, la cooperación y la solidaridad.
@eduardvarmont