En una nueva medida que puede convertirse en histórica y en modélica, el presidente mejicano, Manuel López Obrador, ha tomado la decisión de desmilitarizar la lucha de su país contra el narcotráfico, una actividad que tiene en su territorio frenético ascenso que, a su vez, al permear todos los niveles de su administración, está generando una corrupción rampante.
El presidente López ha anunciado que esta lucha dejará de ser prioritaria durante su mandato: “No hay guerra. Nosotros queremos la paz y la vamos a conseguir”. En una rueda de prensa indicó que ya no se perseguirá más a los capos de esta criminal operación y destacó que para Méjico lo más importante será garantizar la seguridad de sus ciudades para que disminuya el número de homicidios que se producen a diario.
Muchos analistas consideran que en los últimos años este tipo de guerras han sido inútiles y no han dado resultados importantes en ninguna región. En Colombia, en su época, también al doctor Álvaro Gómez Hurtado estimó que la confrontación armada contra estos indeseables estaba mal planeada y peor ejecutada y que, en consecuencia lo más importante era cambiar las estrategias. Lo mismo que hoy propone Méjico.
La realidad es que en todos los países latinoamericanos en donde es fuerte y rentable la siembra de alucinógenos, las cifras se han centuplicado. Hoy han alcanzado cotas astronómicas, sin que se vislumbre posibilidad alguna de una visible y eficaz disminución. En Colombia, tanto la aspersión aérea como la erradicación manual, han sido un fiasco.
En repetidas ocasiones los defensores de los derechos humanos han criticado el uso de la fuerza por considerar que este pretexto sirve para violar los valores fundamentales. Son muchas las denuncias que se producen por causa de estas movilizaciones castrenses.
Otra guerra que tampoco se ha podido ganar y, por el contrario va camino de perderse definitivamente, es la del terrorismo. Este maldito flagelo lo ha sufrido nuestro país como herencia de la violencia que lo ha azotado por más de medio siglo. Los llamados servicios de inteligencia no se han mostrado para nada inteligentes en su misión de neutralizar y mucho menos prevenir esa plaga.
Las exitosas investigaciones que al principio lograron importantes resultados en la identificación de los autores del atroz ataque a la Escuela General Santander, infortunadamente parecen ir camino de una penosa frustración. Es realmente alarmante la desfachatez del reto criminal que apuntó al mismo corazón de nuestras instituciones policivas y cuesta trabajo creer cómo en un ambiente aparentemente inviolable, se segó la vida de veinte promisorios cadetes. Algo inaudito.
Es claro que nuestro propio desarrollo económico paga las consecuencias. Y en mucho mayor grado porque los desmanes criminales han facilitado una descomunal y rampante corrupción que puede llegar a comprometer nuestra existencia como nación civilizada. Una nueva y diabólica dimensión de la cobarde intimidación social.
Adenda
El gran Oscar Pérez fue un formidable ser humano, un irremplazable amigo y un factor determinante de nuestro desarrollo empresarial por su aporte a la creación y consolidación de la Feria Exposición Internacional. Lo hemos despedido, pero su legado será imperecedero.