En esta era de la información, en la cual lo necesario está a una tecla, en ocasiones parece que todo lo sabemos, que las respuestas están esperando por nosotros en algún punto de la nube, que no cabría la posibilidad de no saber. Resulta que es todo lo contrario: muchas veces no sabemos; y es válido, en todas las áreas de la vida.
En las ciencias duras resulta tan importante no tener contestaciones que esa es la base de las investigaciones a partir de las cuales podemos construir otros mundos posibles. En cuestiones de jurisprudencia muchas veces no se sabe cuál norma aplicar y cómo, a pesar de los miles de letras contenidos en los códigos. También vale no conocer la historia, aunque estemos condenados a repetirla, pues finalmente los hechos conocidos en la mayoría de las veces son los oficiales, quedándose por fuera numerosas versiones que también darían sentido a nuestra realidad. Vale no saber qué están presentando en cualquier canal de televisión, si aquello trasmitido es irrelevante para nuestra cotidianidad.
Así como es legítimo no tener respuestas ante el mundo de afuera, también lo es no saber qué hacer con relación al mundo interior, ese que empieza de la piel para adentro. Es permitido no saber jugar un deporte, por popular que sea, así millones de personas lo practiquen en el mundo. También es válido no querer aprender a jugarlo. Es lícito no saber cómo actuar desde el cuerpo que somos, no haber desarrollado del todo la inteligencia kinestésica y estar en el proceso de despertarla, con las torpezas que ello implica. Por supuesto que se nos permite no poder dar cuenta de las emociones que experimentamos: a veces no podemos establecer con claridad si lo que sentimos es dolor, rabia, miedo o las tres emociones juntas, por lo cual también es posible la parálisis en medio de la incertidumbre, sentir que la vida se nos desborda. Se nos permite no tomar decisiones a la velocidad del rayo o de plano no tomarlas y dejar que la vida sea la que decida por nosotros. Es lícita la confusión dada por el largo desfile de pensamientos que nublan nuestra mente y nos recuerdan que el caos es parte de la existencia. Vale no saber quiénes somos espiritualmente, aunque sigamos estrictamente los ritos de alguna religión.
No hay certezas absolutas. Cada momento posibilita la manifestación de nuevos sentipensamientos, tan novedosos que nos podemos llegar a desconocer. En el largo devenir de la existencia puede suceder lo inconcebible, eso que no sabemos que puede ocurrir y que pasa, llenándonos de asombro. Necesitamos ser compasivos con nosotros mismos, abrazar nuestra ignorancia ante la mayoría de fenómenos que se presentan en nuestras vidas, abrazar nuestros miedos, al igual que nuestras dudas y parálisis. Lo ya conocido e integrado es la plataforma sobre la cual podemos construir nuevo conocimiento, sobre nosotros mismos y la vida. Somos aprendientes: cada quien aprende a su ritmo, en su momento. Tenemos derecho a no saber.