Como quizás nunca había sucedido en la historia de Colombia, país muy poco dado a invitar a personas de otras nacionalidades a vivir entre nosotros, actualmente es cada vez más notoria la presencia de ciudadanos de la vecina Venezuela. Ya deben ser muchos miles. Las razones las sabemos de sobra y está claro que para esta gran comunidad del país vecino, el abandonar su propia patria ha sido, no solo muy doloroso, sino también un asunto casi de vida o muerte.
Hoy prácticamente en todas las ciudades de Colombia hay venezolanos y venezolanas, todos tratando de descubrir nuevos rumbos y actividades económicas mientras su nación vuelve a ser una patria donde se pueda estar en paz y donde vuelva a germinar la esperanza.
Tanto para los ciudadanos colombianos como para nuestras instituciones, esta masiva presencia de los venezolanos, debe ser objeto de una reflexión positiva para ver de qué manera se les acoge mejor, se les dan oportunidades y se les permite conservar sus más queridas tradiciones y costumbres. Para las personas desterradas a la fuerza la vida se torna muy compleja y dura. Todo a su alrededor es nuevo, desde el clima hasta los alimentos, las palabras y los dichos, los gustos y los gestos. Esto los hace frágiles y entre los locales puede suscitarse la tentación de aprovecharse de la situación para explotarlos, pagarles mal su trabajo, exponerlos a situaciones de riesgo, etc. Aunque no parece ser lo que ha sucedido hasta ahora, sí conviene que todos seamos como buenos acompañantes de aquellos que vienen a estar con nosotros, por lo visto hasta ahora, por largo tiempo, si no es que definitivamente.
También desde el punto de vista espiritual y de la Iglesia, este gran número de hermanos de la vecina república, representa un reto para atenderlos de la mejor manera posible. En el caso de Bogotá, nos hemos encontrado con una ciudadanía venezolana culta, muy religiosa, sociable, con ganas de trabajar, animados más por salir adelante que por cultivar rencores políticos. En verdad, nos han traído todo un espíritu que refresca la frialdad bogotana y el encierro bajo la ruana que tanto nos caracteriza a los hijos de esta altiplanicie cundiboyacense.
En las pocas experiencias de acogida a personas de otras nacionalidades, Colombia ha ganado mucho en todo sentido. Quizás lo que ahora sucede nos sirva, por ejemplo, para dejar de mirarnos tanto al ombligo y aprender de quienes traen otras formas de ver y hacer el mundo. Bienvenidos todos los amigos y amigas de Venezuela. Digan no más qué se les ofrece.