VICENTE TORRIJOS | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Febrero de 2013

Benedicto 17
El cardenal Ratzinger fue el alter ego de Juan Pablo II. Adusto y soberbio intelectual, cumplía a cabalidad con el encargo de propagar la fe, revisar la narrativa, cuidar de la ortodoxia y el dogma mientras el Papa se dedicaba a encantar a las multitudes y fijar el mensaje con su avasalladora y atlética alegría.
Cumplida la tarea de derrotar al comunismo imperial y desterrar a la teología de la liberación, él se convierte en una especie de Pontífice de facto que suple en todo a ese líder de la Iglesia que, aquejado por múltiples enfermedades, exhibe el dolor que padece como el reflejo más profundo de la fe.
En tales condiciones, el resultado del cónclave del 2005 fue, en la práctica, una "reelección", y su pontificado una continuidad de la obra más que una simple transición.
En ese sentido, Benedicto XVI no ha sido el "Papa Opaco" que algunos han querido mostrar sino el perfeccionista que consolida la tarea emprendida y que, consciente de sus propias limitaciones, prefiere renunciar antes que someter al Catolicismo a otro prolongado "estado de coma", sobre todo, porque hoy no existe al lado suyo quien desempeñe a cabalidad el papel que él asumió, discreta pero tajante y eficientemente, al lado de Wojtyla.
En otras palabras, Benedicto, el que cerró con broche de oro una labor conjunta puesta en marcha en 1978 dando paso a un nuevo orden mundial, percibió, sin rubor, que al final de la jornada, carecía de eso que él mismo ha llamado "suficiente vigor físico y espiritual" para cumplir una misión radicalmente distinta, la que en su desbordada perspicacia ha titulado "Nueva Evangelización".
Esa Nueva Evangelización, la de atender las necesidades espirituales de millones de seres humanos que más allá de las ideologías, o de las ciencias exactas, quieren fortalecer su fe y darles a sus vidas trascendencia, requiere, por tanto, de un liderazgo carismático y mediático, contagiosas competencias histriónicas e inspiradora retórica para alimentar no solo el rito sino la fe y el compromiso del creyente.
Renovación, innovación y acción para un "Benedicto 17" que, surgido de un cónclave tan agitado y por lo mismo tan legitimador como será el de marzo, les devuelva a los fieles la dicha y la energía para difundir la palabra con dulzura, despolitizar a la Iglesia, abrirla y depurarla.