VÍCTOR HUGO MALAGÓN | El Nuevo Siglo
Viernes, 30 de Septiembre de 2011

Acuerdo generacional

Parto  por agradecer las críticas y comentarios que he recibido de mis reflexiones en esta tribuna y muy particularmente los muchos pronunciamientos acerca de mi columna de hace unas semanas titulada “Bogotá: no queremos más de los mismos” en la que planteaba, entre otras ideas, la oportunidad que aparecía con las candidaturas jóvenes a la Alcaldía de Bogotá, que han demostrado ser las más preparadas, las más serias, con equipos más calificados y con mayor claridad programática en esta carrera electoral.
Recientemente, sin aparente éxito, el candidato David Luna, en un acto de valentía, de inteligencia y de grandeza política, le extendió la mano a los candidatos Gina Parody y Carlos Fernando Galán para establecer una coalición generacional que ponga el interés de Bogotá por encima de los intereses y ambiciones particulares, para demostrarle a la ciudad la calidad y visión con la que los jóvenes pueden gobernar el Distrito Capital.
Efectivamente, en el mismo espíritu del hoy reconocido Acuerdo generacional firmado el 1 de junio de 2009, refrendado con la publicación Colombia 2030 y liderado, entre otros, por la Corporación Pensamiento Siglo XXI y la Fundación Konrad Adenauer (en el que tanto Luna como Galán participaron como promotores), la propuesta de David Luna a sus compañeros de generación significaba una apuesta visionaria y un ejemplo mundial de inteligencia política y de compromiso juvenil para acceder a altos cargos de poder en una democracia.
El país se queja permanentemente de la corrupción en el ejercicio tradicional de la política y de la falta de preparación de muchos de sus dirigentes, sin embargo, ante la posibilidad de ser gobernados por jóvenes honestos, transparentes y preparados, terminan las poblaciones muchas veces entregándoles el voto y la confianza a las mismas viejas maquinarias políticas de las cuales tanto nos quejamos.
La propuesta de Luna no era de ningún modo descabellada, todo lo contrario, tenía un enorme sentido moral, político y pragmático. Moral por tratarse de una declaración y de un compromiso conjunto de hacer política con honestidad, transparencia y autoridad; Político porque implica un proyecto más allá de los partidos y más allá de la maquinaria que, de ser exitoso, le daría a Bogotá y a nuestra generación una nueva oportunidad de ser gobernada con un mismo proyecto de ciudad de largo plazo; y pragmático porque a la luz de las encuestas y en vista de la atomización de opciones y propuestas con las que cuenta la ciudadanía y especialmente el segmento de opinión, una alianza política generacional puede ser la opción real que convoque a una buena mayoría de los bogotanos el próximo mes de octubre en la urnas.