Es sólo un partido
El pasado martes, poco después del mediodía, llegué a Barranquilla haciendo parte de un grupo de periodistas invitados por Bavaria con ocasión del partido Colombia-Argentina. Ese trayecto del aeropuerto al área metropolitana de la ciudad, a lo largo de barrios muy humildes, siempre me pone a pensar en los grandes contrastes sociales de este país. El solo hecho de pensar que voy a llegar a un hotel cómodo, con todos los servicios, donde no me va a faltar nada y donde no tendré que pagar un peso, me hace recordar no sólo que en este país hay millones de personas que nunca en la vida han tenido, ni tendrán, esta misma posibilidad, sino que me devuelven a momentos de mi infancia en Armenia, cuando yo tampoco la tenía, y un viaje en avión era una utopía y una noche en un hotel era algo que ni siquiera alcanzaba a imaginar en sueños. Cada vez que paso por esos barrios populares (tan similares a muchos otros paisajes urbanos y deprimidos de otras zonas del país) la película se me devuelve y por momentos siento un sacudón como una advertencia, como un pellizco, contra el olvido.
La entrada a nuestro hotel fue un poco problemática, pues ahí también se hospedaba la Selección de Argentina, pero tras unos minutos lo logramos. Después de un rato en el lobby, pasó ante nosotros el equipo gaucho, donde sobresalía la menuda figura de Lionel Messi, quien caminaba muy tranquilo entre sus compañeros. Al verlo cruzar me pregunté qué cosas estarían pasando por su cabeza. Todos queríamos tomar foto de los astros, sobre todo del ídolo del Barça; yo disparé varias veces mi iPhone y en una de ellas logré la imagen nítida de quien minutos después habría de ser nuestro verdugo.
Poco después de los argentinos salimos nosotros también hacia el estadio Metropolitano, rodeado por un hormiguero de personas dedicadas al rebusque con la venta de emblemas nacionales y prendas deportivas chiviadas y artesanales, comestibles y bebidas frías, mientras otros se ofrecían a cuidar carros en improvisados parqueaderos. Al avanzar en medio del tumulto de buses, carros, motos y peatones, me daba curiosidad saber cuántos de esos vendedores que trabajan junto al estadio quisieran entrar a ver a la Selección y nunca han podido hacerlo.
Finalmente nos llevaron a un palco, pasó lo que pasó y, llenos de frustración por el pobre espectáculo de la Selección Colombia, salimos hablando de uno y otro jugador y del entrenador. Para algunos, incluso, la cosa tenía visos de tragedia. Sin embargo, en la camioneta que nos llevaba de regreso al hotel, pensando en todos aquellos que de verdad tienen problemas reales en la vida, o en esos que nunca tendrán con qué comprar una entrada a un partido de eliminatoria, me repetía: “Es sólo un partido”.