Es absurdo el dilema entre el sí y el no, cuando no se conoce el contenido de lo acordado. Ni sí, ni no, hasta no conocer la totalidad de los Acuerdos y desencriptar los temas más trascendentales, hábilmente camuflados en un lenguaje engañoso, que desorienta a la opinión pública.
Si el plebiscito fuera hoy, ¿Cómo votar a conciencia sin saber qué se respalda o qué se niega? Y todo en medio de una gigantesca campaña para convencer a los ciudadanos del sí a ciegas. Como católica, creo en los milagros. Aun confío en que el Presidente, si no por fe por sensatez, tendrá que rectificar su estrategia polarizante, que tarde que temprano, le pasará cuenta de cobro, por parte de las mismas Farc.
Dicen que Dios escribe derecho con renglones torcidos y confío en estar equivocada en mi percepción, de que todo esto de La Habana es un engaño muy costoso para Colombia y lo será aún más para quienes están entregando valores esenciales para nuestra vida como nación y como personas.
Comprendo la urgente necesidad política que tienen los partidos de pronunciarse anticipadamente, como respuesta a la estrategia maquiavélica de demorar al máximo la firma y publicación de lo acordado, mientras se gana tiempo con la propaganda polarizante que obliga a declarase amigo o enemigo de la paz. Es una estrategia antidemocrática. El cronograma dado a conocer por el Presidente Santos, según el cual no se necesita la firma de los acuerdos para convocar el plebiscito, hace temer lo peor: Que los ciudadanos no conoceremos, los alcances de lo acordado.
Resulta inaudito que se haya llegado a esos extremos de desprecio por el constituyente primario. ¿Cómo puede haber un “voto informado”, sin información?, ¿Merecen más respeto las bases de las Farc que la mayoría de los colombianos que no han disparado una bala? “La firma oficial se realizaría después de la conferencia de las Farc, donde van a recibir el mandato para firmar también, y antes del plebiscito” dijo Santos. Con razón la periodista María Jimena Dussán afirmó recientemente, tras visitar un campamento, que los guerrilleros de las Farc tenían más información sobre los acuerdos de La Habana, que el resto de los colombianos.
Me sentí interpelada, no por los líderes de la polarización, sino por el Papa Francisco, para preguntarme ¿Qué estoy haciendo yo por la paz?
Mi conclusión como directora de la Fundación Víctimas Visibles y pionera en sembrar la semilla que dio origen a la Ley de Víctimas, es que la verdadera paz está en manos de las víctimas, siempre dispuestas a perdonar. El perdón es una gracia de Dios, que sana en primer lugar a las víctimas que lo otorgan, aunque los victimarios no lo pidan. Pero algo muy distinto es instrumentalizarlas políticamente, con el fin de inducirlas a una renuncia tácita de sus derechos, como se está haciendo hoy, mediante la propaganda.
Un grupo de ciudadanos decidimos tomar la ruta trazada por el Santo Padre. La "paz desde las víctimas y el hospital de campo" y nuestros ojos han visto reconciliaciones extraordinarias entre víctimas y victimarios de todos los grupos armados, que no tienen nada, absolutamente nada que ver con la pregonada “paz” de la Habana.
En La Habana no se está haciendo la paz, se está incubando una nueva violencia.