En reciente reunión con los generales de las FF.MM en el “alma matter” del Ejército, el presidente Petro sostuvo que en la subversión armada que persiste en la Colombia (Eln, rezagos de las extintas Farc, Clan del Golfo etc.), las motivaciones político-ideológicas son cosas del pasado.
La afirmación es clave por varias razones. Ante todo, porque el presidente fue integrante de un grupo guerrillero, el M-19, cuyo detonante para surgir fue un hecho político no demostrado del todo: el fraude electoral que llevó a la Presidencia a Misael Pastrana en 1970.
Nacido en las ciudades y conformado en alta proporción por estudiantes universitarios y con unas consignas nacionalistas y populares en defensa de las clases vulnerables, el M-19 fue una novedad en la tradición ideológica de las guerrillas colombianas inspiradas y financiadas por la Unión Soviética, China o Cuba, cada una de las cuales seguía la cartilla comunista. Unos y otros alentados por la esperanza de una revolución que arribara al poder político mediante el uso de la violencia armada contra el denominado establecimiento. Fueron épocas aciagas de combates que incendiaron y aterrorizaron campos y, en buena parte, las ciudades.
Transcurrido su periplo revolucionario de veinte años, el M-19 se reincorporó a la vida civil mediante un acuerdo de paz firmado en 1990 bajo el gobierno de Virgilio Barco, cerrando así sus acciones político-violentas, pero manteniendo una tendencia ideológica que treinta y dos años después lo llevó al poder.
Es de recordar, además, que dicho acuerdo influyó para que el gobierno de César Gaviria convocara la Asamblea Constituyente y casi al mismo tiempo se desmovilizaran el Epl y la Crs (separándose del Eln que se mantuvo alzado en armas junto con las Farc).
El punto que indirectamente destacó Petro es que, si una guerrilla desmovilizada, que ejerce la política en democracia, llega al poder, ¿para qué sirve la ideología subversiva de las que quedan en el monte? De alguna manera lo que sugiere el mensaje presidencial a los mandos militares es que su llegada al poder dejó en la obsolescencia la insurgencia armada.
También importante fue la afirmación presidencial de que las ideologías guerrilleras han sido reemplazadas por distintas maquinarias delincuenciales, que luchan entre sí por el control de mercados ilegales, especialmente de cocaína y oro. Algo que a pesar de ser conocido por todo el mundo suena impactante en boca del comandante supremo de las fuerzas armadas por las implicaciones estratégicas: que el enemigo a vencer ya no está constituido mayoritariamente por grupos armados ideologizados sino por unos dedicados al multicrimen.
Así las cosas, destruir la economía ilícita mediante inteligencia y operaciones policiales y militares en el terreno, y simultáneamente recuperar el territorio con políticas socioeconómicas, serán ahora las metas de seguridad pública. Una cosa es la insurgencia, apunta Petro; otra, el engendro bifronte de dinero y terror del narcotráfico, que llenó el vacío ideológico resultante de la caída del muro de Berlín.
En fin, el discurso presidencial a los militares fue complementario a la visión que ha planteado en otros escenarios como cuando en su posesión dijo que el principal objetivo de los cuerpos de inteligencia del Estado iba a ser ubicar y combatir la corrupción. Y cuando en EE. UU. declaró que “…los dueños del narcotráfico no se visten de camuflado y no tienen un arma encima… El narcotráfico es de corbata y poder, nunca se golpea y hay que golpearlo…”.
Se puede entonces colegir que el presidente está apuntando al centro de gravedad del problema de la seguridad. Pero para que esa intención se traduzca en acciones más comprehensivas, coordinadas y contundentes se hace necesario, por ejemplo, crear un robusto departamento destinado a orientar la desvertebración de los distintos tipos de mafias, encabezado por una especie de “zar anti-mafias”.