Carlos Cruz-Diez, 100 años del maestro del color | El Nuevo Siglo
El fallecido maestro fue quien diseñó el “Anillo de inducción cromática” en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en la capital colombiana.
Foto: Cruz-Diez /AFP
Lunes, 21 de Agosto de 2023
Redacción Cultura con AFP

Carlos Cruz-Diez tuvo una obsesión en su vida: el color. El artista venezolano hizo historia en el arte moderno y este mes se conmemora el centenario de su natalicio, recordando que sus obras siguen vivas en las calles de ciudades como París, Londres, Nueva York y su natal Caracas.

Venezuela celebra el centenario con dos muestras artísticas en el Sistema Nacional de Museos. El ministro de Cultura, Ernesto Villegas, explicó que desde la semana pasada se le rinde honor a uno de los máximos exponentes del arte cinético y óptico, con dos exposiciones: una que muestra obras de nueve artistas con síndrome de Down y espectro autista, y otra que reúne 35 piezas de autores nacionales e internacionales que integran la colección del Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez.

El artista venezolano fue ganador de numerosos galardones; distinguido en 2012 con la Legión de Honor Francesa y sus obras forman parte de las colecciones de los principales museos de todo el mundo, como el MOMA de Nueva York, la Tate Modern de Londres, el Centro Pompidou de París o el Museo de Bellas Artes de Houston (EE.UU.).

Protagonizó desde su país caribeño, junto con otros artistas como Jesús Soto o Juvenal Ravelo, una poderosa corriente en el cinetismo. Sus "fisicromías", mezclas de colores que danzan al ritmo del movimiento del observador, se convirtieron en símbolos del "op art" o arte óptico.

"Tiene una invención: la metamorfosis del color. Ocurre con el desplazamiento del espectador, con gamas de colores que no se perciben si estás estático frente a la obra. Una vez empieza el movimiento, ocurre la metamorfosis", comentó hace unos años Ravelo, discípulo y amigo del maestro, a la AFP.

Un bus que emula un tranvía se inauguró el jueves, a manera de homenaje, un recorrido por las obras de Cruz-Diez en Valencia (estado Carabobo, centro-norte). Los colores se reflejan en los anteojos oscuros de los asistentes, que toman fotos con sus celulares.

"Qué mejor excusa que su centenario para acercar al ciudadano a estas obras, para conocerlas con un poquito más de profundidad, para relacionarnos con el espacio público y también como una forma de promover la conservación de todo ese patrimonio", dice a la AFP Eduardo Monzón, coordinador de la iniciativa Más Valencia, que organizó el tour.

"El maestro Cruz-Diez es una referencia inequívoca", agrega.

"Continua mutación"

Nacido el 17 de agosto de 1923 y criado en el barrio caraqueño de La Pastora, el color enamoró a Cruz-Diez desde que era un niño, cuando mutaba frente a sus ojos al rebotar la luz en el vidrio de las botellas de gaseosa de la fábrica artesanal que regía su padre.

Siguió esa pasión hasta el final de sus días. Jamás dejó de trabajar desde que empezó a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas en 1940. Con cabellos y barba grises por el paso del tiempo, murió en París por causas naturales el 27 de julio de 2019.

El color es "una situación efímera, una realidad autónoma en continua mutación" y, como los hechos, tiene lugar "en el espacio y en el tiempo real, sin pasado ni futuro, en un presente perpetuo", comentaba Cruz-Diez al analizar su propia obra.

Ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1971, adquirió fama mundial con reconocimientos en Argentina, Brasil, Francia, España y Estados Unidos, entre otros países.



"Arte para todos"

Aunque vivió en París desde la década de 1960, cuando la democracia nacía en Venezuela tras la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1959), su obra está ligada a su país y muchas de sus creaciones son íconos de la venezolanidad.

La gigantesca "Cromointerferencia de color aditivo" cubre, con coloridos azulejos, el piso y las paredes del aeropuerto internacional Simón Bolívar, que sirve a Caracas.

Una foto en esta obra es el último recuerdo de millares de venezolanos que migraron huyendo de la crisis.

Su arte se exhibe en las calles de las grandes ciudades del mundo, el cual incluye penetrables, largos cables de colores que pueden atravesarse, haciendo que la experiencia del espectador sea no solo visual, sino también táctil.

"Arte para todos (...). El arte no se quedó entre cuatro paredes en colecciones privadas y museos. El cinetismo se incorporó a la arquitectura y después a la calle", asegura Ravelo.

Carlos Cruz Delgado, hijo del artista, recordó que su padre es una "referencia universal del arte contemporáneo, reconocido por su investigación del cinetismo y las experiencias ópticas", con obras que son expuestas en todo el mundo.

"Mi padre fue un visionario que desafió las convenciones artísticas, trascendiendo fronteras y explorando la esencia misma del color. A través de esta exposición tenemos la oportunidad de sumergirnos en su universo cromático y comprender sus búsquedas incansables de trascender los límites del arte tradicional", dijo a los medios.

Regalo a Bogotá

El fallecido maestro fue quien diseñó el “Anillo de inducción cromática” en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en la capital colombiana.

El efecto de caminar sobre ese mosaico de 408.000 piezas, hechas en la misma fábrica francesa que produjo las de su emblemática obra del aeropuerto de Maiquetía, es deslumbrante.

“Son los mismos mosaicos que usamos en el aeropuerto Simón Bolívar, la terminal de Maiquetía que sirve a Caracas”, confirma Carlos Cruz Delgado. Corresponden a las fórmulas exactas de los colores que originalmente pintó su padre. Cada cuadrado es cocido a 1200 grados con toneladas de presión, y el color está en toda la masa, de manera que se conserva intacto a pesar del paso de los años. En Bogotá, se armaron como si se tratara de un rompecabezas.

El artista visitó la universidad desde los años noventa. La donación de la obra se formalizó en mayo de 2014, con detallados planos finales. El proyecto se incluyó en 2017 en el programa de cooperación Francia-Colombia, pues Cruz-Diez se afincó en París en los sesenta, y las piezas numeradas llegaron a Bogotá. “La idea en su momento fue que cuando los estudiantes regresaran de la pandemia tuviéramos la escultura como una bienvenida”, relata en ese entonces el rector de la universidad, Carlos Sánchez Gaitán.