Cartas abiertas: viaje nostálgico a civilización del papel y pluma | El Nuevo Siglo
Desde este mes, en las librerías de todo el país se podrá encontrar este libro, con el que el escritor regresa al género literario.
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Domingo, 20 de Marzo de 2022
Redacción Cultura

¿Es posible reinventar el pasado? ¿Hasta qué punto puede la ficción cambiar el curso de los acontecimientos? Estas incógnitas marcan el ritmo de la historia de “Cartas abiertas”, la nueva novela del historiador y escritor payanés Juan Esteban Constaín.

El libro revela en sus páginas las travesías de Marcelino Quijano y Quadra, payanés ilustrado e invencible tahúr, hombre de todas las épocas y de ninguna, que se dedica a fabricar ficciones, un oficio tan misterioso como él mismo. Roba cartas de papel y husmea en ellas no solo para rastrear la novela que yace en toda suerte ajena sino también para reescribirla y salvarla, como un dios discreto, anónimo y bienhechor. Su última misión es tan absurda y delirante que si no hubiera ocurrido de verdad sería increíble: la firma de la paz, en 1988, entre el Reino de Bélgica y el Departamento de Boyacá, en guerra, sin que nadie lo supiera, desde 1867.

EL NUEVO SIGLO habló con el autor, quien después del éxito de “El hombre que no fue Jueves” regresa a la novela, y dio algunos detalles sobre esta historia en la que entremezcla magistralmente la realidad y la ficción.

EL NUEVO SIGLO: ¿Qué lo inspiró a escribir “Cartas abiertas”?

JUAN ESTEBAN CONSTAÍN: El origen de esta novela es doble. Por un lado, es la historia de un cartero argentino que encontré en una noticia que se publicó en el 2014 o 2015. Me la mandó un gran amigo. Esa noticia contaba que a un cartero en la provincia de Córdoba, en Argentina, le allanaron la casa, entre otras cosas por error, con la sospecha de que él era expendedor de droga, y cuando la policía llegó a su casa encontró no droga, sino miles de cartas que le habían encomendado, que no entregó nunca y en cambio se dedicó a abrirlas para husmear la vida de los otros.

Se lo llevaron preso y le preguntaron que por qué hacía eso; él respondió con un argumento muy bello e inapelable y era que su suegra era una gran lectora de ficciones que había quedado ciega, entonces él en vez de leerle novelas le leía esa novela de los otros que es la vida ajena. Leí con mucha emoción esa historia y supe que allí había la raíz y la semilla de algo que podía volverse una novela, que es lo que decidí hacer.

Por un lado, es esa historia que en este caso la trasformo a la ficción y se va por otros cauces, porque no es exactamente esa misma historia, pero me inspiro en ese episodio para contar mi novela, que después desemboca en otro tema, que es como el otro origen que tiene, que es el de una guerra entre Bélgica y Boyacá.

ENS: ¿Cómo definiría a Marcelino Quijano, el protagonista de la novela?

JEC: Es un personaje muy excéntrico, raro, anacrónico, erudito, generoso y desde niño fue como un personaje excepcional, porque tenía una obsesión con el pasado, con leer libros y cartas viejas. Creo que eso es lo que lo define y se va volviendo como un superhéroe muy atípico porque su vida consiste en robarles cartas a los carteros para ver si en ellas alguien tiene un problema que él pueda resolver como si fuera un dios bienhechor y anónimo. Entonces la trama de la novela tiene que ver con este personaje que es tan particular, que se dedica a ese oficio que lo va llevando por toda la historia del siglo XX.

ENS: ¿Cuáles son esos vestigios de Juan Esteban Constaín que se pueden encontrar en Marcelino?

JEC: Eso siempre es muy difícil decirlo porque la ficción tiene unos caminos intrigantes y misteriosos, incluso para el autor que la concibe, que se la inventa. Siempre los personajes que se le aparecen a uno, y que uno crea, llevan mucho de lo que uno es. Todos mis personajes tienen siempre un trasunto mío, pero en este caso de Marcelino Quijano, pues para empezar hay un vínculo evidente y es que los dos somos de Popayán y sí ha habido lectores de esta novela amigos míos que señalan algunos rasgos afines. En términos físicos no hay ningún parecido, pero en cuanto a los gustos y la pasión anacrónica por mundos abolidos y antiguos, ahí sí puede haber un parentesco con Marcelino.


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ENS: Aunque este protagonista es un hombre de todas las épocas, ¿qué le deja este personaje a la humanidad de hoy, del siglo XXI?

JEC: Creo que por un lado Marcelino Quijano deja la reivindicación de eso que se está perdiendo y que se resume y sintetiza en la civilización epistolar, la civilización de las cartas, porque eso es un mundo que alimentó la vida humana y la cultura durante siglos. Es decir, antes de que existiera WhatsApp, TikTok y todo esto que marca nuestra vida de hoy, la comunicación fundamental en la distancia eran las cartas y esa es una civilización bellísima que implicaba ansiedad, en el buen sentido de la palabra, anhelo, nostalgia o la posibilidad también de desarrollar las ideas y los sentimientos de una forma hoy inconcebible, porque para escribir una carta uno tenía que sentarse por largo tiempo, meditar lo que iba a decir, encontrar el papel, doblarla y meterla en un sobre.

Una carta era como la portadora de todo el universo del remitente porque la gente ponía ahí, por ejemplo, una flor como para que su mundo viajara con la carta y llegara a veces a las manos del destinatario, porque la novela también es sobre las cartas que se extravían. Y eso se acabó. Entonces, Marcelino representa toda esa nostalgia de un mundo de valores honorables que de pronto se está perdiendo.

ENS: ¿Cómo logra esa dualidad entre la realidad y la ficción que propone en esta novela?

JEC: En general, la literatura es como un espejo medio empañado en el que siempre se confrontan la realidad y la ficción y uno nunca sabe del todo de qué lado está. Este libro incluye un episodio de la vida colombiana que ocurrió en la realidad, que es una guerra que el estado de Boyacá en ese entonces le declaró en el siglo XIX al reino de Bélgica y si uno contara esa anécdota sobre todo lo que pasó, luego de que después de 120 años un embajador de Bélgica en Bogotá decide firmar la paz entre los dos países, a la gente le va a parecer inverosímil.

Sin embargo, me inspiro en la realidad para llevar eso a la novela. Entonces es como un juego doble, porque aspectos de la realidad que parecen sumergidos por la ficción o revestidos por la literatura se trasladan a mi novela que es una ficción y al final se vuelven reales también de otra manera. Por eso el libro está ilustrado con imágenes que son todas reales, son recortes de periódicos verdaderos, no es una intervención. Entonces a mí me gusta mucho esa puerta giratoria de la realidad y la ficción porque si uno tiene el oficio de novelista esa dualidad enriquece mucho su vida y trabajo.

ENS: Con “Cartas abiertas” regresa a la novela, ¿qué es lo que le atrae de este género?

JEC: La novela me da un placer ilimitado. He escrito ensayo, ensayo histórico y estaba mucho más limitado por exigencias teóricas y metodológicas en las que no es tan fácil inventar y al final incluso la historia necesita de una cierta dosis de literatura para expresarse con encanto y con gracia y que pueda seducir también a los lectores, que es lo que he tratado de hacer en todos los géneros. Me interesa plantear un diálogo feliz con el lector y que haya una experiencia grata frente al texto; esa es mi inspiración siempre como escritor, ya sea en los ensayos, columnas, crónicas. Pero la novela me da una libertad ilimitada que me fascina y por eso es el género que más me gusta cuando me siento a escribir.