Con “Entre Piazzolla y Ravel” se abrió la temporada | El Nuevo Siglo
LA COMPAÑÍA, que dirigen Andrea Chinetti y Diego Poblete, es de las dedicadas a la danza moderna en Argentina, la más importante con 45 años de tradición. /Foto: Juan Diego Castillo, cortesía Teatro Mayor
Lunes, 27 de Enero de 2025

Por Emilio Sanmiguel

Especial para EL NUEVO SIGLO

En Colombia demora en arrancar la temporada de música por cuenta de la resaca de las vacaciones.

La de Bogotá abrió el pasado viernes en el Teatro Mayor, con tres presentaciones del Ballet del Teatro San Martín de Buenos Aires.

La compañía, que dirigen Andrea Chinetti y Diego Poblete, es de las dedicadas a la danza moderna en Argentina, la más importante con 45 años de tradición. De hecho “el primer elenco oficial argentino dedicado a la danza moderna”. Palabras mayores.

Para la función del sábado 25, final de la tarde, el público colmó el aforo y, a juzgar por los aplausos, disfrutó a plenitud la propuesta «Entre Piazzolla y Ravel».

El «Bolero» de Stekelman.

Desde su estreno en el Palais Garnier, el 22 de noviembre de 1928, la popularidad del Bolero de Maurice Ravel no ha decrecido ni como pieza de combate sinfónico ni como música para ballet. Fue un encargo de lda Rubinstein que protagonizó su estreno con coreografía de Bronislava Nijinska que ubicó la acción en un oscuro café donde Rubinstein bailaba sobre una mesa, rodeada de hombres fascinados por el erotismo de la danza; una idea, aparentemente, no muy del agrado del compositor.

En 1935 Mikhail Fokine hizo una nueva coreografía. Anthony Dolin en 1940 y en 1941 Serge Lifar.

En 1961 Maurice Béjart regresó a la intención original, pero pasando por alto la atmósfera original de la Nijinska: con Duška Sifnios al centro de la enorme mesa rodeada de bailarines; en 1974 la protagonista fue Maya Plisetskaya y, en 1979 la versión con Jorge Don que, en 1981, en Les unes et les autres, la película de Claude Lelouch se convirtió en un clásico.

Paso por alto la trayectoria como pieza de concierto porque no viene al caso.

Para un coreógrafo sustraerse a la fascinación del Bolero es una batalla perdida. Ana María Stekelman, primera directora del Ballet del San Martín, sucumbió en 2004 cuando lo coreografió para su compañía Tangokinesis, que diez años más tarde entró al repertorio del San Martín, misma vista el pasado sábado.

Aunque Stekelman declaró: «Ha sido coreografiado en muchas oportunidades. De joven me fascinó el de Béjart. Me di cuenta que es una obra sobre la obsesión y la posibilidad de repetir algo y a su vez cambiarlo siempre». Lo interesante de su coreografía estriba justamente en que hay tierra de por medio con Béjart. Es verdad que en su Bolero un bailarín abre y cierra la obra, pero hasta ahí las coincidencias, el protagonismo del suyo se distribuye en solos, dúos, tríos, grupos que bailan indiferentes a temas de género mientras obsesivamente evita la simetría; sus personajes se aproximan y distancian con asombrosa organicidad, hay sugerencias españolas y porteñas, guiños al folklor y a lo contemporáneo, todo acentuado por el vestuario de Renata Schussheim.

El lunar corrió por cuenta de la versión musical escogida, no indicada en el programa de mano: aparentemente una nada lograda interpretación de la Sinfónica de Londres ‒¿Árpád Joó?‒ de mal dosificado volumen que poco contribuyó al crescendo de la música.

«Ahí viene el rey» de Itelman

Itelman es, o era, la coreógrafa Ana Itelman (1927 - 1989), una de las pioneras de la danza moderna en Argentina. «Ahí viene el rey», sobre el «Canto de octubre» de Astor Piazzolla, es un expresivo solo para bailarín masculino. Nuevamente el programa de mano no especificó ni los intérpretes de la música ni el nombre del solista. Obviamente, se trató de una selección para permitir un respiro en los dichosos 2.600 metros más cerca de las estrellas y de enrarecido oxígeno. En realidad, el solo forma parte de Esta ciudad nuestra de Buenos Aires, inspirada en Poeta al pie de Buenos Aires del porteño Fernando Guibert (1812 - 1983). Un hombre baila, o mejor, se expresa, mirando al piso, con su rostro oculto al público por un funyi, un sombrero, en el argot argentino.

La coreografía debe tener mucho sentido en el contexto de la obra original. La expresión corporal impecable. Nada sorprendente dado el altísimo nivel técnico del San Martín.

«Estaciones porteñas» de Wainrot.

Si en vida Astor Piazzolla fue un incomprendido, la posteridad lo consagró como el más grande de los compositores de Argentina y le dio la razón a Nadia Boulanger que le persuadió para no alejarse nunca de sus raíces. Ni los músicos ni las compañías de danza de su país pueden prescindir de su música.

De manera que nada sorprendente que la presentación cerrara con esta propuesta de gran aliento coreográfico, firmada por Mauricio Wainrot en 1997, cuyo estreno ocurrió en el Colón, el de Buenos Aires, para celebrar los 90 años del nacimiento del marplatense.

4 estaciones porteñas en el estricto sentido de la palabra no conforman un ciclo de conciertos como Las estaciones de Vivaldi. Son quintetos independientes para violín, piano, guitarra eléctrica, contrabajo y bandoneón, hábilmente reunidos por los editores, ya se sabe para qué.

Como el programa de mano, una vez más, no contenía ninguna información, resultó interesante, lo digo en serio, contemplar la propuesta de Wainrot, independientemente de connotaciones a las estaciones.

Audaz, como observó en su momento Martin Wullich porque desde el primer momento recuerda que el tango habría sido originalmente una danza de hombres. Solo que Wainrot no diseña un panfleto: solos, dúos, tríos, bloques; como en el Bolero el género se diluye en aras de la estética y un baile soberbiamente interpretado con varios elementos provenientes de la danza académica.

¿Un espectáculo para todo el mundo? Seguramente no. Pero el público lo disfrutó y, como abrebocas del año musical, divinamente bailado.

CAUDA

No hay mal que por bien no venga. La cancelación de la presentación, el viernes próximo en el Mayor, del concierto del polaco Piotr Beczala con la Filarmónica de Bogotá, parece salvar al público de Bogotá de un tenor que no pasa por su mejor momento vocal.

Le reemplaza una de las estrellas del momento, la soprano norteamericana Angel Blue: Covent Garden de Londres, Staatsoper de Viena, Scala de Milán y, para el caso, la Aída del pasado sábado para quienes vieron el directo desde la Metropolitan Opera de CineColombia, en la polémica nueva producción de la casa neoyorquina.

Angel Blue, en la gloriosa tradición de Leontyne Price, Grace Bumbry, Shirley Verret y Barbara Hendricks, bajo la dirección del titular filarmónico, Joachim Gustafsson, recorrerá arias de Verdi –Aída y Forza del destino-, Puccini –Tosca y Bohème-, Cilea –Adriana Lecouvreur-, Kálmán –Czárdáfürstin- y, la gran novedad: Carceleras de Las hijas del Zebedeo de Chapí.

Que se recupere Beczała y bienvenida Angel Blue. Gana el público.