Con los Shakespeare contados | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Cine Colombia
Sábado, 1 de Junio de 2019
Emilio Sanmiguel

Si uno tiene la suerte de haber nacido con una cierta sensibilidad, no olvida su primer Shakespeare. Eso deja huella. El mío se lo debo a Franco Zeffirelli, por su Romeo y Julieta, que lanzó al estrellato a Leonard Whiting, Olivia Hussey y Michel York en 1968. Por cuenta de ese Romeo y Julieta empecé a anidar una cierta desconfianza hacia los Óscares, porque esa obra de arte de Zefirelli sólo mereció de la Academia el de la Mejor fotografía para Pascualino de Santis y el de Mejor vestuario para Danilo Donatti; claro, en honor a la justicia, el de la Mejor actriz se lo llevó Katharine Hepburn, más que merecido. Hoy en día, bueno, se sabe, cinematográficamente hablando, eso no es serio y estéticamente es la máxima glorificación del mal gusto.

Claro, si tiene la suerte de nacer con esa cierta sensibilidad y en un país de esos donde la cultura manda la parada, se es doblemente afortunado. Para los españoles ir a contemplar a Lope, Calderón de la Barca, Valle-Inclán o García Lorca no es ninguna extravagancia y los franceses no tienen qué rogar para ver un Racine. Los ingleses muchísimo menos con Shakespeare. Ahora, también en Francia se puede ver un muy buen Shakespeare, en Madrid desde hace siglos se ven las obras de Racine y en Londres, donde se cocina el mejor teatro del mundo, se puede ver de todo, especialmente el mejor Shakespeare del planeta y Shakespeare es de lo mejor del planeta: quien haya ido al National Theater del South Bank de Londres, o a Stratford-on-Avon sabe de qué estoy hablando

Aquí no.  Aquí todo es a otro precio. Uno nace con los Shakespeare contados. Los bogotanos lo han visto con cuentagotas. Pero, bueno, al menos han visto algo, porque en el resto del país…

En los 80 el Teatro Libre hizo un montaje del Rey Lear de Shakespeare que hizo historia. La dirección fue de Ricardo Camacho y Germán Moure, la actuación de Jorge Plata como Lear dejó huella, también la de Humberto Dorado y el vestuario de Enrique Grau era sencillamente precioso. Si este fuera un país culturalmente civilizado y serio, ese Rey Lear del Teatro Libre habría sido declarado patrimonio. Pero tengo la absoluta certeza de que ninguno de los burócratas de la cultura criolla, ninguno, lo vio o sabe que existió el Lear del Libre. De sobra está decir que a la burocracia cultural criolla ni se le pasa por la cabeza cuando salen de viaje, viaticando con el dinero de los contribuyentes, ir al teatro a ver los clásicos. Así no se puede.

Toda esta diatriba -porque espero que lo sea- para decir que a pesar de todos los intentos y esfuerzos, yo creo que deliberados, de la maquinaria estatal y el establecimiento, para mantener a la gente en el oscurantismo y la ignorancia, se ha abierto un grieta, y por las grietas también se pueden deslizar cosas buenas, como este Rey Lear del National Theater de Londres que ayer y hoy se transmite en 12 ciudades, gracias, así como suena, gracias a CineColombia.

ENS

Porque eso sí es hacer cultura. Que en Villavicencio, en Pereira, Ibagué,  Cartagena, Barranquilla, Armenia, o en Bucaramanga, se pueda disfrutar de esta cumbre del teatro Isabelino y una de las piedras angulares del teatro universal, en una producción de esas que cimbronean al espectador, es un milagro. Porque, bueno, al fin y al cabo en Cali, Medellín, Manizales o Bogotá, algo, no mucho, pero algo de gran teatro se ha visto.

Algo, sí, pero salvo ese del Libre, no mucho de la estatura de este Rey Lear de Shakespeare que ayer al medio día abrió la temporada teatral de CineColombia, desde Londres. La puesta en escena del National Theatre corresponde a una representación en el teatro del Festival de Chichester, una sala que por sus proporciones le permite a los espectadores, de allá y de acá, la necesaria intimidad que tanto le conviene a Shakespeare, en especial cuando los personajes rompen el plano invisible de la escena para dirigirse al espectador, y eso lo logra magistralmente bien la dirección de Jonathan Murphy, que no ha tenido el menor temor para traer la obra al mundo contemporáneo y ratificar esa postura mediante una pasarela que acentúa la proximidad entre los personajes y el auditorio.

Como ocurre siempre en estas producciones del English National Theater, el elenco no es bueno, sino soberbio. En este caso, lo encabeza Ian McKellen, que tiene la edad perfecta para abordar el personaje, tan perfecta que él mismo intuye que se trata en realidad de su canto del cisne con el Cisne de Stratford-on-Avon.

Por último, como de Shakespeare se trata, no está de más decir que además de la historia, que por cierto, hunde sus raíces en el universo artúrico medieval, Lear es una de esas reflexiones dramatúrgicas de muchas facetas: la lealtad y deslealtad de aquellos que nos son más cercanos, el espejismo y la realidad del Poder, las oscuridades más profundas de la menta, la cruel realidad de la senectud, los abismos insondables entre la cordura y la enajenación.

No sería mala idea que uno, siquiera uno de los burócratas de la cultura local, se diera hoy un bañito de Shakespeare: aquí en Bogotá se va a presentar en siete salas de cine. Porque me parece que, sin andar cacareando, CineColombia descubrió, en materia cultural, la Economía naranja. Y no se las dan.