Por Emilio Sanmiguel
El público, al menos el del final de la tarde del domingo pasado, estuvo feliz.
No fue para menos. Porque la producción que trajo al escenario del Teatro Mayor el regista argentino Marcelo Lombardero resultó muy chistosa.
La ópera de Mozart, última de la trilogía Mozart-Da Ponte, formó parte de la Temporada 1985 de la Ópera de Colombia en su época de oro. Dirigida por Michael Hampe, entonces intendente del Teatro de Colonia, con decorados y vestuario de Mauro Pagano, tuvo con un elenco de lujo: la húngara Czilla Zentai fue Fiordiligi y Sofía Salazar Dorabella. El norteamericano Thomas Hampson -ad portas de convertirse en una estrella internacional- se hizo cargo del Guglielmo y su compatriota Randall Outland fue Ferrando. Zoraida Salazar, seguramente en la cumbre de su carrera fue una memorable Despina y Francisco Vergara un impecable Don Alfonso. La producción fue una exquisitez.
No mucho después Hampe llevó su Cosí a la Scala, con dirección de Riccardo Muti, pero no hubo consenso ‒con una escenografía, más suntuosa que de Bogotá‒ porque lo que funcionaba tan bien en el reducido escenario bogotano perdía intimidad y calidez en el enorme palco escénico milanés. Cosí es una ópera de cámara.
COSÍ FAN TUTTE EN BOGOTÁ
Regresó Così fan tutte a Bogotá la semana pasada. Tres funciones en el Teatro Mayor, vista la tercera, domingo, cinco de la tarde.
De las grandes óperas de Mozart, si se pasa por alto La clemenza de Tito, la más polémica. De las tres, fruto de su colaboración con Lorenzo da Ponte, uno de los más geniales libretistas de todos los tiempos, es la única cuyo tema no procede de la gran literatura –Bodas de Fígaro se basa en Beaumarchais y Don Giovanni en Tirso de Molina‒, sino aparentemente de un hecho real, dicen unos, ocurrido en Viena, otros que en Trieste; en todo caso el tema no puede ser más rocambolesco: dos muchachas caen en la trampa urdida por don Alfonso y terminan siendo infieles a sus prometidos originales en menos de 24 horas.
Da Ponte tenía esa idea en su imaginación; se lo propuso a Salieri que lo desdeñó y, luego, parece ser, que con intervención de José II, cayó en manos de Mozart.
No bien ocurrió el estreno, murió el emperador; con la corte en duelo el teatro cerró sus puertas y Cosí salió del repertorio. Durante el s. XIX se la consideró inmoral y la primera mitad del XX se la desdeñó, pero tras la guerra regresó triunfante.
Argumentan algunos, con algo de razón que, como tema, representa una regresión respecto de Bodas o Don Giovanni. Pero, el libreto es de asombrosa agilidad y Mozart hizo de la música una obra maestra.
EL COSÍ DE LOMBARDERO.
No tiene sentido entrar a comparar la producción de Hampe con esta de Lombardero. Son como el agua y el aceite.
Como ocurre con la mayoría de los directores de escena de nuestro tiempo –hay excepciones‒ Lombardero parece desconfiar de la ópera como teatro y de buena fe debe creer que, la música de Mozart y el libreto de Da Ponte, no alcanzan para mantener la atención de la audiencia. Desde la obertura, a telón abierto y con los tramoyistas montando la escenografía hasta el último minuto, su producción abunda en acciones secundarias que, si bien es cierto encantaron al público, distrajeron al auditorio de la infinita belleza de la música y su asombroso ingenio, porque como escribió su biógrafo Rodney Bolt en The libretist of Venice, Cosí fue, seguramente el mejor libreto escrito por el poeta del teatro. O, ¿quizá Lombardero quiso sortear el problema de instalar la ópera de cámara en un escenario grande?
Vamos mejor por partes, advirtiendo sí que, musicalmente hablando, la función corrió sin contratiempos y resultó razonablemente correcta. Al frente de la orquesta, el mejicano José Areán lo hizo bien, pero, no fue a las honduras de esa ópera de seis personajes, con un séptimo, la orquesta que dicen Jean y Brigitte Massin, desborda decididamente su papel de apoyo, de acompañamiento o glosa dramática de las voces, pues se convierte en el actor musical y multiforme, que da a la obra entera su carácter de sinfonía concertante instrumental y vocal, que fija la estética dominante con más profundidad que el mismo libreto […] este séptimo personaje es el mismo Mozart que nos habla, señalan los Massin. En otras palabras, la música resulta mucho más desafiante de lo que hizo Areán en el foso: acompañó las voces con pulcritud y sin tropiezos, pero no fue más allá.
Con el elenco, su actuación resultó afectada por los ya mencionados distractores: por ejemplo, no fue buena idea entrar a escena los tramoyistas durante el último Allegro del Finale del acto I, o durante el Allegro moderato del rondó Per pietà ben mio de Fiordiligi, cuya dificultad apenas supera su aria del acto I, Come scoglio, en la que, con sus dificultades vocales, Mozart delató su animadversión porsu Fiordiligi, Adriana la Ferrarese, que fascinaba a Da Ponte con quien vivía un amorío extramarital, el público la adoraba y era la diva del momento.
La voz de la soprano rusa Nina Solodovnikova no resultó la más idónea para Fiordiligi, aunque valga decirlo, cuántas sopranos en este mundo lo son. Buenas condiciones actorales, es verdad, pero demasiado placer en la emisión agudos brillantísimos, más apropiados para el repertorio belcantístico del XIX que para el clásico de la segunda mitad del XVIII.
La colombiana Paula Leguizamón fue Dorabella; impecable con momentos francamente gloriosos, bordó una gran faena en el E amor un landroncello del acto II.
La soprano, también colombiana, Manuela Tamayo, tuvo impecable actuación en Despina, segura y bien timbrada la voz, pese a que, tal vez por su juventud, no consiguió llevar a tope la parodia, como médico en el acto I y como notario en el II.
En las voces masculinas, por la calidad del instrumento, es probable que la actuación más idónea haya sido la del tenor Pablo Martínez quien, bien por instinto, bien por su preparación del Ferrando, consiguió acercarse al ideal del que, seguramente es el más enjundioso de los tenores de la trilogía Mozart-Da Ponto.
Bastante correcto el Guglielmo del barítono, colombiano como Martínez, Juan David González, más a gusto en el acto II que en el I.
La escenografía del argentino Diego Ciliano algo incoherente y sin mayor unidad estética, salvo, claro, que la concibiera deliberadamente así. Flojas, bien flojas las luces de Horacio Efrón, fallaron las 24 horas de la acción dramática, de la madrugada hasta la noche, muy afanado por traer la noche a la acción. El vestuario de Luciana Gutman nada logrado: demasiado disfraz, pese a que Così es una de las cumbres líricas de la ópera de disfraz…