"Discretas bestialidades": diálogo de un periodista fracasado y un asesino | El Nuevo Siglo
Foto cortesía El Clan Films
Jueves, 9 de Mayo de 2019
Emilio Sanmiguel

Con los pequeños grupos de teatro que hay en Bogotá casi siempre se va a la segura. Por la sencilla razón de que se trata de agrupaciones a quienes se les va la vida en lo que hacen y por lo mismo suelen hacerlo bien. Bueno, al menos en mi experiencia.

Es que es muy difícil, casi imposible, que el artista, el de verdad, ese que se juega la vida en su oficio, provenga de las élites. Desde luego el talento no tiene estrato, decir lo contrario sería un disparate, Pero el arte demanda una serie de concesiones y una entrega que no está dispuesto a sacrificar ese que lo tiene todo.

En la música por ejemplo, Rafael Puyana fe una excepción y en la plástica se cuentan con los dedos de una mano. Con el teatro ni hablar, salvo quizás quienes nacieron entre las bambalinas, pero esa es una élite cultural.

Es por eso que, casi siempre se va a la segura con las obras de esos pequeños grupos. Es el caso de Discretas bestialidades de Santiago Merchant, obra que por estos días está en la cartelera de Fábrica de hechos culturales en el barrio de La Soledad del grupo “El clan films” que dirige Alejandro Aguilar. Función el pasado domingo, 6:00 pm, qué buena idea es terminar con teatro el fin de semana, sin tráfico, sin trancones, sin afanes, tendría que ser la mejor terapia para quienes padecen el trauma dominical.

Eso no es gratuito. El autor de la obra y director de la “puesta en escena”, Santiago Merchant, es egresado de la Academia Superior de Artes de Bogotá con especialización de Universidad nacional de Córdoba en Argentina. Ricardo Vesga, que hace el rol de Plat, también es egresado de la ASAB y su experiencia en cine y televisión es notable. En la formación de Alejandro Aguilar, Braulio en la obra, desfilan los nombres de Rubén di Pietro, Alfonso Ortiz, Grace Denoncourt, Stephen Baily, entre otros y una extensa experiencia en cine, teatro y televisión. Es decir, hablo de profesionales y eso se nota en el montaje. Que no puede ser más sencillo, pero tiene dignidad. La sala es pequeña, con capacidad para 25 espectadores dispuestos en “arena” con los actores al centro del espacio.

Merchant sabe sacarle el mejor provecho a las aparentes limitaciones del lugar y resulta inevitable para el espectador no sentirse casi involucrados en el drama del periodista fracasado -Vesga, Plat- en su fallida carrera de reportero amarillista y del asesino con ínfulas de estrellato en su oficio -Aguilar, Braulio- que establece con él un diálogo extraño y delirante.

Para lograr que el espectador se sienta involucrado, también intimidado, está eso que no se puede negociar, la actuación, que es impecable. Evidentemente tienen sus personajes metidos en las entrañas, la expresión corporal es más que convincente, tienen el dominio del texto que pueden recorrer con la vocalización y dicción que uno espera de un actor “de teatro”, actúan con la voz, tienen ritmo y matizan casi con virtuosismo. Tenerlos tan cerca es toda una experiencia, porque la dirección de Merchant no esquiva esa proximidad, por el contrario, la potencializa: los personajes, no los actores, rompen la barrera invisible entre escena y auditorio y uno queda ahí, casi petrificado de ser testigo de lo que está ocurriendo.

Sí. Una experiencia, cuya atmósfera tan intensa no consiguió arruinar la presencia en el auditorio de la productora de la obra, que parecía no entender que era de una tragedia que se trataba y no de una comedia, porque Discretas bestialidades es todo, menos chistosa.

Ya a la salida del espectáculo -por cierto, que impecable y agradable la sede de la Fábrica de hechos culturales- uno se pregunta cómo hacen para sobrevivir estas iniciativas culturales.

Porque estoy absolutamente seguro de que por estos lugares jamás deben poner sus pies los altos heliotropos de la burocracia cultural. No me puedo imaginar que, por su propia iniciativa, por ejemplo, se aparezca en un lugar así una ministra de cultura, o la secretaria de cultura de Bogotá, o alguno de sus colaboradores. Sería impensable que a la burocracia cultural se le ocurriera tomarle el pulso a la realidad de lo que debería ser el oficio de sus despachos. Sería esperar demasiado. En todo caso, y por suerte, esos hacedores de cultura, todos esos grupos que son, también protagonistas de la realidad, hacen lo suyo por una necesidad espiritual que es innegociable. Con suerte y mucho cabildeo, a lo sumo consiguen el honor de una cita con un funcionario de segunda, o de tercera.

Esa es la realidad. La triste realidad.