El motor de mis libros es el aliento poético: Montoya | El Nuevo Siglo
Cortesía
Lunes, 6 de Mayo de 2019
Narrar las crisis colombianas y latinoamericanas, que han dejado huella a través del arte y la música define la literatura de Pablo Montoya, un empoderado de las novelas
 

El reconocido escritor colombiano, Pablo Montoya, galardonado con el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en el 2015 por su libro “Tríptico de la infamia” y apasionado por la poesía en prosa en sus relatos habló con EL NUEVO SIGLO sobre su niñez, su amor por la música y su estilo narrativo.

EL NUEVO SIGLO: Usted pasó por diferentes ocupaciones, ¿Cómo llegó la literatura a su vida?

PABLO MONTOYA: Creo que lo primero que yo hice fue leer desde muy niño. A través de mi madre comencé a ser un niño lector, es decir, desde que tenía siete años devoraba libros, revistas, los comics de aquella época. Sin embargo, yo comencé a escribir en la adolescencia poemas, cuenticos o más bien “cuentotes” porque eran un poco largos. Pero como soy hijo de un médico, en casa lo que se había proyectado para mí era que fuera médico, entonces yo terminé estudiando medicina solo cuatro semestres y me salí para estudiar música. No me fui a estudiar literatura porque en aquel entonces decir que uno quería ser un escritor era muy difícil, era más comprensible que uno dijera que quería ser músico. Me fui a estudiar música a Tunja y fue de la mano de la música que yo fui acercándome a la posibilidad de ser un escritor. Para eso pasé casi 10 años viviendo de la música, tocando flauta y finalmente cuando llegué a París, donde tomé la decisión de dedicarme completamente a la escritura. Ya tenía 30 años, pero entre tanto había escrito cuentos, ganado algunos concursos con éstos y así tenía el terreno preparado para dedicarme completamente a la literatura.

ENS: ¿Ahora cómo es su relación con la música?  

 

PM: En París un día decidí guardar la flauta y no volverla a tocar. Eso fue en 1997. Aquí la tengo todavía y a veces se me atraviesa la idea de volver a retomar la flauta ahora que tengo el espacio sin molestar a los vecinos porque vivo en el campo. Durante mucho tiempo, como viví en pequeños apartamentos tanto en Tunja como en París, era imposible tocar flauta en esos sitios porque los vecinos se enojaban. Pero sigo oyendo música, leo sobre música, sigo interesado en la música como material literario. De hecho, he escrito muchos ensayos de música sobre jazz, música clásica y sobre todo en relación con la literatura hice una tesis de maestría dedicada a la música y la literatura, he escrito varios libros de cuentos sobre música. Mi última novela fue “La escuela de música”, que también está dedicada completamente a ese arte. Creo que estoy todavía muy conectado con ella y creo que todavía me falta escribir algunas cosas sobre música.

ENS: Ha logrado moverse dentro de diferentes géneros literarios, ¿con cuál se queda la poesía, la novela, el cuento o el ensayo?

 

PM: Comencé escribiendo poesía en verso, pero la abandoné rápidamente y lo que comencé a escribir con mucha pasión, con mucho interés fue justamente relatos o cuentos. He publicado hasta el momento siete libros de cuentos y creo que en algunos momentos he logrado esa idea de escribir ese cuento redondo. Poco a poco fui transitando al ensayo y en algún momento pensé, ya tenía 40 años, que ya era hora de meterme en la novela y, desde hace varios años estoy dedicado a este género. La novela la concibo como la que puede reunir los diferentes géneros; es decir que cuando escribo novelas de alguna manera estoy volviendo al cuento, la poesía y al ensayo porque ellas son una propuesta de abrazar los géneros literarios. Pero podría decir que guardo una gran nostalgia por los cuentos porque es lo que he dejado de escribir.

ENS: ¿Por qué contar la realidad colombiana o diferentes crisis a través del arte en sus libros?

PM: Creo que en primer lugar se debe un poco a mi formación musical porque llegué a la literatura un poco de la mano de la música. Entonces creo que esa marca artística es muy fuerte. De hecho, uno de mis primeros libros de cuentos que se llama “La sinfónica”, son cuentos dedicados a la música, pero al mismo tiempo comencé a escribir cuentos sobre la violencia colombiana, esa que me marcó y que me sigue marcando tan fuerte. Los primeros cuentos que yo escribí sobre violencia, que fue “Cuentos de Niquía”. Niquía es un barrio aquí, de la zona metropolitana de Medellín y en este libro doy cuenta de esa violencia extraña, oscura, sombría que empezaba a caer sobre Medellín en la década de los años 70 y 80 cuando no sabíamos muy bien el porqué de las masacres y los asesinatos. Luego nos dimos cuenta que era una mezcla de todo, pero sobre todo la irrupción del narcotráfico, de los grupos guerrilleros, urbanos, de las milicias. Entonces al introducirme en la literatura colombiana me pareció que una buena manera era apoyándome en el arte. Primero fue la música, después pasé a la pintura y luego a la fotografía.

Creo que en mis libros lo que hay es una propuesta de unir arte y literatura para enfrentar esos momentos críticos que han pasado no solamente en Colombia, sino toda América Latina. Es decir, a partir de la literatura y apoyándome en estos artistas pensé que una buena manera de oxigenar o renovar el panorama de la literatura colombiana y por qué no de la latinoamericana, era invitar a la narración, al poema en prosa, al cuento al ámbito de las artes.

ENS: ¿Qué tanto de su vida tienen sus obras?

PM: Desde que comencé a escribir fui muy pudoroso en el asunto de poner mi propia experiencia en esos cuentos o en los poemas. Entonces empezaba como disfrazándome, siempre estaba ocultándome, pero finalmente algo de mí se manifestaba en esos primeros textos y fue quizá solamente hasta “Los derrotados”, una novela del 2012, en la que ya comienzo a pensar en un personaje, que es como mi alter ego, al que bauticé Pedro Cadavid, a quién le dí el rol de un escritor que tenía algunas ideas sobre Colombia, sobre el arte y por eso escribía ensayos sobre música. Tenía muchas cosas mías. Inclusive que vivía en Tunja donde estudió música y luego en París, pero vuelve a Medellín. Cosas como esas mías empiezan a aparecer en algunos otros de mis escritos a través de ese personaje, que es el protagonista de “La escuela de música”, en la cual el telón de fondo es Colombia en la década de los años 80, en el siglo pasado.

ENS: ¿Cómo logra poner a la violencia y a la poesía en un mismo relato?

PM: En realidad siempre he sido un lector de poesía desde que era un adolescente leía los textos de Rafael Pombo. Recuerdo también que leí de muy niño una pequeña versión en prosa de “La divina comedia” y desde entonces sentí una proximidad con la poesía. Siempre he dicho que el motor de mis libros es el aliento poético o es preocuparse por la factura de la prosa, de la escritura, que sea al mismo tiempo preciso e insinuante. Creo que es quizá una de las propuestas que yo hago en un panorama como es el de la literatura colombiana, que está muy penetrada por otros registros literarios que no tienen mucho que ver con la poesía, pero en cuestión de la narrativa. La narrativa es cada vez más periodística, está más vinculada con la crónica, con un cierto realismo urbano que muchas veces pasa por alto el asunto de la expresión poética.

Eso es lo que yo he hecho en mis libros, porque mis grandes maestros de algún modo son poetas, son narradores poetas. Pienso en Marguerite Yourcenar, Alejo Carpentier, Borges e inclusive en el mismo García Márquez quién consideraba que la poesía era la que debía habitar en la escritura de las novelas. Lo que hago es continuar una tradición de la novela que se alimenta de la factura poética.