¡Electricidad pura! con Dudamel | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Julio de 2015

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

Dependiendo de cómo se lo mire, el concierto inaugural del ciclo de las 9 Sinfonías de Beethoven, la noche del miércoles pasado en el Teatro Mayor, podía ser el más difícil de todos.

Según cómo se lo mire, naturalmente.

El mismo Dudamel lo dijo hace un par de noches, “Todas son difíciles”. Hacer la Quinta es complicado, por su popularidad todo el mundo cree que la conoce al dedillo. Cuarta y Octava están entre las menos conocidas y por lo mismo representan un reto. La Séptima es de tantas honduras que, de por sí, es un mundo. Difíciles la Pastoral y la Eroica. La Novena lo es por definición. Tiene razón Gustavo Dudamel.

Sin embargo, insisto, el concierto inaugural planteaba una dificultad particular: llevar a buen puerto las dos primeras. La Nº1 en Sol mayor y la Nº2 en Fa mayor. Son las que pertenecen al denominado Primer estilo, el que hunde sus raíces en el siglo XVIII. Muchos las ven como una especie de extensión del estilo de Mozart, y sobre todo de Haydn. Lo que es una verdad a medias.

Ahí el problema: son beethovenianas hasta la médula.

Dudamel lo entiende perfectamente y, además, tiene muy claro que entre la Nº1 en Sol mayor, op. 40 y la Nº2 en re mayor op. 36 hay un abismo y no se las puede dirigir de la misma manera.

Noche de romanzas

Como las primeras sinfonías son relativamente breves, las dos partes del concierto abrieron con las Romanzas para violín y orquesta. La primera con la enSol mayor, la segunda con la en Fa mayor, con la violinista norteamericana Simone Porter. Su actuación fue cálidamente recibida por un público, que se mostró más cálido con ella de la en fa mayor. En todo caso, la interpretación fue efusiva y concentrada en su razón de ser: la belleza misma de la música. Desde luego excepcionales Dudamel y la orquesta.

Sinfonía No. En Do Mayor

La primera parte trajo la primera sinfonía, la más clásica de las 9, que en realidad no lo es. Por eso no hay que extrañarse de la manera como Dudamel dirigió, por ejemplo, el tercer movimiento, un Menuetto que es un Scherzo disfrazado, Dudamel evitó deliberadamente el sonido galante, para darle cabida a una expresión de contornos más recios. Los sonidos galantes, transparentes, graciosos, cortesanos, aparecieron a lo largo de toda la interpretación de la sinfonía, pero como destellos de luz, no como la tónica de su interpretación.

La verdad es que atrapó la atención del auditorio desde el primer momento con la contundencia que le impuso al primer movimiento, entre otras cosas porque logró crear una atmósfera sombreada en la introducción Adagio molto que conduce inexorablemente a la Exposición; diríase que la hipnotizó de tal forma que al final del movimiento el público pareció olvidar los protocolos y se lanzó con un inoportuno aplauso.

Obviamente el momento cumbre vino con el movimiento final, el Allegro molto vivace, contundente, vigoroso, y sobretodo, triunfalmente beethoveniano, lo cual no riñe con el sentido que tiene Dudamel de la estructura, perfectamente nítida, clara y muy clásica.

Sinfonía No.2 en Re Mayor

Un abismo separa las dos primeras sinfonías entre sí. Curiosamente lo evidente es lo que menos las aleja. El Menuetto de la Nº1 es reemplazado por un Scherzo en la Nº2, de modo que la Nº 1 es cortesana y la Nº2 burguesa. Pero, como decía, el menuetto de la Nº1 es demasiado contundente como para serlo, mientras el Scherzo de la Nº2 es engañoso, porque no es un juego en realidad y en medio de su brevedad es un  campo minado para el director y la orquesta, porque no basta con revolver airosamente su complicadísimo planteamiento rítmico, cualquier orquesta profesional bien dirigida puede conseguirlo; lo complicado es hacer lo que hizo Dudamel, que el juego resultara doloroso y profundo.

Por lo demás, el Larghetto fue sinceramente inspirado y el movimiento final un verdadero caleidoscopio que culminó triunfalmente la noche inaugural del ciclo.

Y el público a los pies del director y la orquesta.

 

El público se rindió a los pies del director Gustavo Dudamel y la Orquesta Simón Bolívar, en la apertura del ciclo de conciertos de Beethoven en el Teatro Mayor