En una entrevista al experto en inteligencia artificial (IA) de la Universidad de Eindhoven, Carlo van de Weijer, indicó que prefiere las ciudades estúpidas que las inteligentes. Fue una cita “frente a los gurús que pintan un futuro de urbes ultra tecnológicas repletas de coches autónomos y aparatos voladores” y una apuesta por volver a las raíces, lo que significa priorizar ir a pie, en bicicleta y en transporte público,
Y es que una sociedad es más avanzada mientras tenga más autonomía de sus acciones. Como lo afirma en otra entrevista el experto en inteligencia artificial, Iván Ilich, hay una obsesión por el uso de nuevas tecnologías de vanguardia para atender necesidades de comunicación, transporte, energía, educación emprendimiento. Pero cuando esas herramientas limitan la libertad y la autonomía, terminan por esclavizar a la sociedad y dominan. Entonces no son útiles para la convivencia, de ahí que tome sentido la frase de Wiijer, “prefiero una ciudad estúpida que una inteligente, pues en las estúpidas florecieron las mayores civilizaciones”.
Para la educación aplica algo similar, hay un boom de herramientas tecnológicas y digitales como la solución a los temas de acceso. Existen programas universitarios 100% virtuales, donde los estudiantes no pueden encontrarse, socializar, convivir, y dependen de plataformas, conectividad, equipos y energía. Todo ello genera una vulnerabilidad sobre el acceso, sobre la posibilidad de aprender, de concentrarse, de trabajar con honestidad.
En los dos últimos años el auge de la tecnología en la educación está haciendo que se olvide algo importante: la educación es formar seres humanos en un proceso colectivo y de socialización. Algo que han denunciado los educadores sobre todo de los colegios, es que después del año y medio de confinamiento, los problemas sociales se incrementaron en el aula (violencia, poca tolerancia), y, por otra parte, los problemas psicológicos ya que el impacto de la violencia intrafamiliar se hizo evidente, tanto es las escuelas como en las universidades.
El encierro y la educación remota afectaron las emociones, sin contar que en muchos casos el aprendizaje desmejoró. Los resultados en las pruebas nacionales Saber 11 y Saber Pro descendieron, es decir hay un indicador que demuestra que la educación virtual no fue óptima para la calidad, ni para la convivencia y la construcción de ciudadanía.
Sin embargo, cada vez se vuelve más prioritario en la educación la virtualidad, el uso de herramientas tecnológicas, las plataformas de aprendizaje, el uso de aparatos digitales para estudiar, pero además de ser vulnerables: un corto de energía, la caída del internet que es tan frecuente; un golpe que daña todo, un robo, que se descargue la batería y tantas acciones que demuestran la vulnerabilidad de los sistemas inteligentes. Viene otra dificultad y es el acceso.
Al principio, el acceso a las llamadas virtuales y a los encuentros por teams, meet o zoom eran gratis, pero ahora son de cobro, y pasa como con la “televisión inteligente”: la cantidad de plataformas y aplicativos que se deben pagar hace que sea más costoso que cuando se pagaba una sola televisión. Además, los precios vienen en dólares y en países como el nuestro con una devaluación galopante cada vez va a ser más caro acceder a los contenidos educativos y a las formas para conectarse.
Es decir, se rompe otro mito, el de acceso universal a la información que iba a proveer internet. Hoy hay limitaciones para hacer reuniones y encuentros virtuales que quedan restringidos a una hora por el tema del tiempo libre de acceso que tienen dichas plataformas.
Una de las mentiras de las empresas de tecnología al servicio de la educación en el acceso libre. Pues son un negocio y en la mayoría de los casos monopolios para el acceso de la información, que restringen el encuentro real, la posibilidad de dialogar escuchar a un profesor o pedirle más información sin que ello represente un pago adicional. Así que, en un mundo interconectado, cada vez más dependiente de la energía, que a propósito de la guerra de Rusia – Ucrania cada vez es más cara y va en contravía de los discursos ambientales y de sostenibilidad, es necesario pensar en los encuentros tradicionales.
Poder volver a la escuela o a la universidad, caminando, en bicicleta o en trasporte público, tomar notas y apuntes en cuadernos, leer libros en físico, propiciar espacios de diálogo y comunicación sin depender de la energía, del tiempo de acceso a una plataforma, de pagos adicionales o del estado de la batería de computador o del celular, nos hará mejores personas y sobre todo más humanos.
La verdadera inteligencia no es la artificial. Ser inteligente es promover espacios de interconexiones humanas, construir conocimiento a partir de conversaciones, de la participación de iguales, del reconocimiento de las diferencias y la diversidad y de solucionar problemas desde los encuentros.
Según el diccionario ser inteligente es la capacidad que tiene una persona de entender un asunto y responder por ello, pero mientras menos dependamos de otras variables para responderlo, la calidad de la vida de las personas será mejor.
*Especialista en Educación