Filarmónica de Viena, recital histórico | El Nuevo Siglo
Martes, 8 de Marzo de 2016

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

DESDE luego que no pienso cometer el disparate de jugar al crítico musical con el concierto de la Orquesta Filarmónica de Viena, la noche del sábado pasado en el Teatro Mayor de Bogotá.

Porque todos –así lo creo- tenemos un nivel de incompetencia. No tiene sentido, como se decía antes en el argot periodístico, pergeñar una cuartilla, para poner en evidencia la afinación y el terciopelo de la cuerda, para elogiar la capacidad de amplísimos fraseos de los vientos, para subir a los altares la nitidez de los planos sonoros. O peor aún, hacer del caza-gazapos que logró descubrir un ligero desfase en algún momento de alguna de las obras, un descuido en una entrada o un movimiento innecesario del director Gergiev.

Porque el de la noche del sábado fue un concierto histórico. Lo que es el pan de todos los días para los vieneses de las orillas del Danubio, es historia en Bogotá, que está 2600 metros más cerca de las estrellas y… del infierno…

Fue histórico ver en un escenario bogotano a una de las más sólidas instituciones de la historia de la música. A ver si por fin empezamos el larguísimo proceso de superar el complejo tercermundista de que aquí no viene nadie. Que es la verdad, monda y lironda, cuando los Ballets rusos de Diaghilev cruzaron el Atlántico, con Nijinsky a bordo, ni meditaron subir hasta los cacareados 2600 metros más cerca de las estrellas. Ni Caruso, ni la Callas o su rival la Tebaldi lo hicieron. Mucho menos aún Fischer-Dieskau, o Toscanini, o Karajan.

Cuando Saint-Säens visitó el continente no subió a Bogotá. Y mejor no sigo con la lista de los verdaderos forjadores de la historia de la música que nunca pusieron un pie en la Atenas suramericana.

La Filarmónica de Viena, musicalmente hablando, ha sido la primera grandísima personalidad, realmente importante, que llega a estas alturas. De la importancia del evento hablaría bien claro la presencia en el teatro del presidente de Austria, mejor ni interpreto la ausencia del de Colombia.

Ahora bien, la incompetencia declarada para fungir de crítico no me impide hacerlo como observador. La orquesta actuó bajo la batuta del ruso Valery Gergiev, quien por cierto, se presenta este fin de semana en Frutillar, en Chille, dirigiendo la Orquesta del Mariinski de San Petersburgo.

Ya, sobre el escenario, el sonido de los vieneses es más delicado y etéreo de lo que consiguen transmitir las grabaciones; en las que es muy difícil captar sutilezas como la subdivisión de los primeros violines en los dos fragmentos interpretados del Parsifal wagneriano, o lograr desplegar tantos planos sonoros en una obra que, aparentemente parece tan sencilla como este testamento sonoro del autor de Tristán.

Lo que sí quedó absolutamente claro es que una obra como el Manfred de Tchaikovski, que ocupó toda la segunda parte del concierto, apenas se reserva para orquestas del calibre de Viena; y exigen la presencia de una autoridad en la materia como Gergiev.

Porque no nos digamos mentiras. La protagonista de la noche fue la Filarmónica de Viena, que en algunos momentos del Preludio y del Encantamiento del Viernes Santo de Parsifal le permitió a Gergiev inspirarla e, inteligentemente, se dejó dirigir durante esa complicada hora del Manfred.

La orquesta mostró su garra en los dos encores de la noche. Primero cuando haciendo  uso de su libre albedrío recorrió primero el Kaiser Walzer op.437 de Johann Strauss II, para algunos el más hermoso de los valses de Strauss.

Enseguida vino Unter donner und Blitz op. 324, también de Johann II; es cierto que en el podio estaba Gergiev y que lo disfrutaba -qué director del mundo no disfruta estar al frente de la Filarmónica de Viena en un Strauss- pero, no estaba dirigiendo porque la orquesta tocaba sola, y, por los tempos y la radicalidad de los matices, parecía que era Carlos Kleiber quien dirigía la que podría ser su polka favorita de todas las que escribió el autor del Danubio azul.

A la final, pues, lo dicho: una noche para disfrutar, y un lujo. Porque si afirmé al principio que la Filarmónica es pan de todos los días para los vieneses, eso no es cierto: hasta para ellos es un lujo lograr conseguir una localidad en la Musikverein¸ que es la casa de la orquesta.

Y un tremendo suceso el director del teatro, Ramiro Osorio. Y que se muerdan los codos, ambos a la vez, sus malquerientes.

CAUDA                                                                                                                

Unos pocos compases no son nada, pero, los finales del Manfred demandan la intervención del órgano y no hubo otra alternativa que recurrir a un instrumento eléctrico; el arquitecto del teatro ni previó el lugar en la sala para instalar uno.

¿Quién será el mecenas que dote al Teatro de un Mixtuur, que es lo mismo que tener el órgano de Santo Tomás de Leipzig, el de Notre Dame de París o el de la Gewandhaus de Leipizg?

Es que el teatro lo merece…