En la glosa anterior nombré los reconocimientos, implícitos, que comprende la educación universitaria, y sus naturales resonancias en la educación superior en Colombia. De modo que en esta glosa explico cada uno de los reconocimientos mencionados, que son bases teóricas de la educación.
Reconocer al ser humano como persona, y no como mero sujeto. Comprender al ser humano como persona es una herencia cristiana. Así lo explica Juan Fernando Sellés, en el texto La persona humana. Introducción e Historia: “La realidad que subyace en la noción de persona es un descubrimiento cristiano. No está en los escritos de los filósofos griegos. Para ellos esa noción (prosopon) está tomada del teatro y designa el papel que el artista desempeña. Los describen al ser humano con el término hombre (anthropos), no con el de persona”. Páginas más adelante, agrega lo siguiente: “…los medievales, debido a la irrupción y aceptación del cristianismo, se percatan de que el núcleo de la antropología es la persona, no el hombre, como sucedía en los griegos. Evidentemente atienden también a lo que caracteriza en común al hombre, a todos los hombres, pero por encima de ello atisban lo distintivo del ser que cada uno es: la persona”.
De manera que poner la vista en la noción de persona conlleva dos cuestiones, a saber: primero, entender lo humano desde un enfoque integral que contempla lo trascendente; segundo, evitar los reduccionismos antropológicos de algunas escuelas del pensamiento (que aquí no menciono porque excedería la extensión y naturaleza de este artículo de prensa), pero que consisten, sin más, en supeditar la comprensión de lo humano a una serie de factores que toman una parte del ser, y no su todo.
En realidad, la diferencia sustancial entre la concepción del ser humano como persona o como sujeto es de alcance ontológico, axiológico y antropológico. El concepto de persona supone una inconmensurable dignidad objetiva del ser humano que se funda en una causalidad trascendente y se sostiene en la robusta ontología de un ser que por su naturaleza es único e irrepetible, y superior en valor a los demás seres del universo. Empero, esto no implica que los demás seres no tengan valor.
El concepto de sujeto, en cambio, funda al ser humano en la sola y relativa experiencia de su interioridad, y en la actividad de su conciencia. Comprender al ser humano así, como sujeto y no como persona, puede relativizar el valor de la vida humana, puesto que no consideran persona a todos los miembros de la especie humana. Tan solo a quienes denoten determinadas características.
Reconocer que la persona tiene potencias que pueden perfeccionarse, y tambíen pervertirse. La perspectiva antropológica que concibe el ser humano como un ser provisto de ciertas potencias distintivas y superiores implica entender la integralidad de la educación como un proceso de perfeccionamiento de dichas potencias hacia su objeto: la inteligencia en su capacidad de discernir la verdad, la voluntad en su capacidad de discernir el bien, la sensibilidad en su capacidad de percibir la belleza, y la corporalidad en su capacidad de proteger la vida, la salud y el bienestar.
Del mismo modo, la sociabilidad en su capacidad de construir relaciones significativas mediante vínculos de compromiso y confianza, y la religiosidad en su capacidad de respetar profundamente las manifestaciones de lo sagrado y lo numinoso.
En términos actuales, autores como A. MacIntyre, Martha Nussbaum, Amartya Sen, Paul Ricoeur, Alejandro Llano y Leonardo Polo, entre otros, han revindicado el rol central del despliegue de las capacidades humanas como un componente antropológico al que le es intrínseco el bien humano racional, del que se sigue la salud social.
Reconocer que para conquistar ese desarrollo se deben disponer de los medios adecuados para alcanzar el fin, que es el desarrollo integral. La orientación de la educación superior no puede ser un pastiche de acuerdos políticos. En rigor, la orientación de la educación superior debe ponderar, en puridad, lo “superior”, con el fin de ordenar en función suya los demás elementos que componen el sistema. Y lo superior a lo que debe ordenarse el sistema de la educación superior es la búsqueda de la verdad, mediante el desarrollo de las capacidades cognitivas, las habilidades inquisitivas y los hábitos mentales.
Reconocer que el desarrollo integral es algo deseable, porque es bueno, y no bueno porque es deseable. Los escolásticos concibieron el bien como un trascendental, al igual que la verdad, porque, entre otras razones, son las nociones básicas que orientan formalmente todo el quehacer de nuestra mente y nuestra voluntad y a cuya égida de ordenan a priori las demás categorías que tengan razón de fin -objetivo- para el entendimiento y la voluntad. La bondad es de este modo la búsqueda implacable de nuestros deseos que procuran siempre conseguir no solamente lo bueno, sino lo mejor. Por eso, si algo resulta indiscutiblemente mejor que otra cosa, debe ser procurado por encima de lo menos bueno.
Luego, la formación integral de los seres humanos es superior que la educación fragmentaria, mercantil y compartimentada. Por consiguiente, la formación integral debe orientar la educación, especialmente en tanto que educación superior.
Reconocer que si se encaminan esfuerzos para lograr el desarrollo humano se da por sentado que sí existe el desarrollo humano, o sea, que sí es verdad que el desarrollo humano es verdadero. Conforme lo señalado con relación a la bondad, la verdad trasciende toda búsqueda intelectual, puesto que es el supuesto último y condición de posibilidad de sentido de todo discurso compartido que no sea meramente lúdico. La seriedad y la importancia de un proyecto de estructuración de la educación superior depende de que sus proposiciones sobre el estado de cosas (sintomatología), diagnóstico (etiología), y soluciones (tratamiento) sean consideradas como verdaderas.
Reconocer que el desarrollo integral no es igual que el desarrollo parcial, y que, por eso mismo, hay distinciones y jerarquizaciones. La unidad de un compuesto implica que si sus componentes son diferentes, éstos se organicen de tal modo que lo principal rija y se cuide con mayor esmero que lo secundario, conforme la funcionalidad que aporta a los fines generales del compuesto. Por ende, la integralidad de la formación humana implica reconocer la superioridad de las operaciones superiores, empezando por el conocimiento de la verdad, sobre aspectos secundarios como el entretenimiento y el confort.
Estos últimos deben estar presentes, pero únicamente en la medida en que estén ordenados a lo primero. De no ser así, las Instituciones de Educación Superior (IES) no serán más que clubes sociales juveniles, en el mejor de los casos.
* Jurista, filósofo y bioeticista