La magia de Alcina se vivió en el Teatro Mayor de Bogotá | El Nuevo Siglo
Foto Cortesía Teatro Mayor
Martes, 27 de Septiembre de 2022
Emilio Sanmiguel

La única explicación posible para que el concierto de Magdalena Kožená con los Solistas barrocos de Venecia, la noche del pasado viernes 23 de septiembre no haya agotado el aforo del teatro Mayor, bueno, para no andarse con eufemismos, que haya tenido tan baja respuesta de parte del público, hay que buscarla en el incesante invierno que azota a la capital y a ese esperpento que, con mucho esnobismo, llaman movilidad; cuando en realidad es exactamente lo contrario.

Si como manda la razón, se toma como punto de partida el centro de la ciudad, hoy toca disponer de casi dos horas para llegar al Mayor, que a un loco se le ocurrió ir a construir, contra toda lógica en los suburbios. A los del sur no se les puede ni pasar por la cabeza llegar a un teatro que, por cuenta de su buena dirección, paradójicamente es el epicentro de la vida musical de Bogotá.

No pudo ser de otra manera. Una situación que ni los poderes y malas artes de la maga Alcina, protagonista del precioso concierto que la soprano checa hizo en Bogotá.

Piensa uno, como espectador, en la impotencia que debieron sentir los funcionarios del teatro al ver semivacíos los balcones y la luneta con manchones enormes de silletería sin ocupantes. Porque mientras los espectadores nos limitamos a contemplar el espectáculo, tras él hay meses de trabajo, de financiación, de divulgación, de coordinación.

De manera, pues, una diva entre la espada y la pared. No se puede levantar el dedo acusador hacia un público que debe disponer de horas en el infernal tráfico de la ciudad, muchísimo menos hacia el teatro. Pero lo cierto es que en el medio quedó una artista de talla internacional, que rodeada de una de las más reconocidas orquestas barrocas de Europa llegó a Bogotá con una propuesta increíblemente original: hacer el retrato de Alcina, protagonista de la ópera homónima de Georg Friedrich Händel de 1735. Primera de sus óperas escritas para ser representadas en el Covent Garden, hoy por hoy, primer teatro del Reino Unido.

 

A propósito de Händel, Alcina y las sopranos

El mundo vive buenos tiempos con el renacimiento del gusto por la ópera barroca que aún no toca a las puertas del incipiente movimiento lírico criollo. A estas alturas del tercer milenio ni una de las óperas de Händel, cumbre del barroco, ha llegado a los teatros del país.

Una situación lamentable. Algo de semejante magnitud va más allá de resolver una puesta en escena: demanda orquestas especializadas, una forma de cantar y expresar especializadas y sobre todo educar al público en otra manera de entender el melodramma. No se puede caer en el tópico simplista de creer que la barroca es una ópera donde las arias se suceden, unas tras otras, enlazadas mediante recitativos secos donde las arias son oportunidades de lucimiento para los cantantes y los recitativos aburridores. Así no son las cosas. No en vano la ópera es uno de los grandes aportes dramatúrgicos del barroco, que como movimento estético buscaba por encima de todo teatralidad.

Adicionalmente, no hay que pasar por alto que Händel fue una de las figuras fundamentales para abrirle las puertas a la mujer para su incursión profesional en el canto: su colección de personajes para grandes divas de su tiempo es enorme. Entre ellas Margherita Durastanti, Francesca Cuzzoni o la misma Anna Maria Strada, la primera Alcina el 16 de abril de 1735 en Londres.

Tal parece, de eso se trató el concierto de Magdalena Kožená: de hacer el retrato de Alcina. Y lo logró.



Kožená, Alcina y “los” venecianos

Cuando de estrellas internacionales es que se trata, los programas que interpretan ameritan entenderse más allá de la sucesión de obras.

Evidentemente Kožená buscó construir el retrato dramatúrgico, vocal y musical de la protagonista de la ópera, valiéndose, claro, de la imaginación que Händel desplegó para profundizar en un personaje que resulta, para decir lo menos, desconcertante. Alcina ha atrapado a Ruggiero mediante la magia, pero por el camino se auto despoja de sus poderes cuando se humaniza y sufre la derrota: eso fue lo que hizo Kožená mediante las dos arias del acto I, las dos del II y las dos del III.

Además, las entreveraron con una selección de barrocos italianos: Pietro Antonio Locatelli, Antonio Vivaldi y Alessandro Marcello. Buena manera de enmarcar la idea de que, musicalmente hablando, Händel es el más alemán de los ingleses y el más italiano de los alemanes.

Es verdad que la actuación de los venecianos sedujo al público, por ejemplo, con el virtuosismo desplegado en el Concerto en re mayor para violín “per la solennità della santa lingua di san Antonio o el en Re mayor para flauta dulce “Il cardelino”, ambos de Vivaldi; lo mismo para la Introduzione en Si menor de “La Cetra” de Marcello que tuvo sincera profundidad; también es cierto que la Introduzione teatrale n°4 de Locatelli anduvo muy debajo de las expectativas.

Sin embargo, lo de fondo fue la actuación de Kožená, que supo poner su instrumento e inteligencia al servicio de un compositor y de un personaje, puesto que de sobra se sabe que, con estrellas de semejante magnitud, la afinación, el respeto por el estilo o la calidad de la voz, se dan por descontado. Ahora bien, sí hubo una verdadera cumbre la noche del viernes, en la manera como resolvió el que es uno de los momentos cumbre de la ópera, el intenso recitativo Ah, Ruggiero crudel, tu non mi amasti!, que prepara la atmósfera para el aria Ombre pallide, io so, mi udite, que demanda todo el arsenal vocal, musical artístico y dramático de quien, hasta ese momento, había dejado flotando en la atmósfera del teatro que, era ella quien estaba controlando su personaje, pero, aquí, fue la hechicera quien la poseyó. Sin duda uno de esos momentos irrepetibles para un público que, si bien es cierto no era el más numeroso posible, sí valoró perfectamente lo que acababa de ocurrir con un aria en la, una vez más, Händel parece anunciar a Donna Anna de Don Giovanni.

Aplausos fervorosos y en los bises un nuevo mensaje; el primero fue Solo quella guancia bella, aria de Rosana de La Veritá in Cimento de Vivaldi, estrenada por la misma Anna Maria Strada de Alcina. Y ya para despedirse, en medio de aplausos y ovaciones, la que junto con Ombra mai fu es la más popular y querida de las arias de Händel, Lascia ch’io pianga de Rinaldo.

Sin duda una grandísima noche. Muchos se la perdieron.