Estas obras se pueden entender como una imitación a los movimientos del hombre o a una parodia de la tecnología.
Al mejor estilo del mago Gustavo Lorgia, en esta exposición había unas plantas que se movían y una falda que parecía que la estuviera usando la mujer invisible y esta, a su vez, alzándosela para que le miraran los ‘calzones’. Estos objetos inanimados en esta galería se mueven como si se tratara de una ilusión.
Pero todo lo contrario. Ella no es un mago, ni mucho menos ilusionista. Esta bogotana, egresada de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, dedica las 24 horas a crear arte en movimiento.
Adriana Salazar es su nombre, tiene 31 años y es maestra de Bellas Artes. Estuvo en la última edición de la Feria de Arte de Bogotá con su exposición ‘Ejercicios de desaparición’. Con su trabajo ha buscado maneras de construir algo que se muestre extremadamente frágil, un testimonio de la desaparición de la frontera que divide aún a los sujetos y a los objetos.
Utilizando cosas tan comunes como plantas de su casa, 50 billetes de mil pesos, monedas raspadas, una sombrilla dañada, una falda vieja, un espejo, cosméticos, pinzas para la ropa, cigarrillos… logra crear la ilusión de que estos objetos cobren vida y se muevan ayudados por unos motores y cuerdas.
En este entendido, Salazar ha inventado una serie de máquinas inútiles que terminan evidenciando el absurdo de la existencia y sus hábitos autómatas. El espectador puede experimentar sensaciones que lo llevan por un carrusel de sorpresa, estupor, ironía, asombro e indiferencia. También dialogan con el público al evocar nociones de la vida cotidiana, comportamientos sociales y políticos profundamente fijados en nuestra rutina.
Con esto ella busca observar cómo opera la vida contemporánea en un contexto particular: el sujeto contemporáneo vive, trabaja y opera dentro de un sistema que aniquila su condición de sujeto, que lo convierte, por enajenación, en un objeto.
Esta exposición indaga sobre algunas implicaciones que surgen al suprimir las diferencias entre sujeto y objeto. Tanto la obra que amenaza con autodestruirse, como la máquina que aniquila al sujeto, constituyen puntos de partida para la construcción de tres líneas problemáticas que han estado presentes en este proceso, como fantasmas.
Contemplar el arte de Salazar es un ejercicio que va más allá de la admiración. Es difícil conocerlas y no preguntarse qué intentan hacer, por qué lo hacen, qué quieren decir, si se detienen en algún momento. Son objetos que actúan, reproducen imágenes y gestos cotidianos. Su repetición perturba los espacios silenciosos y se puede comprar con lo que muchos llaman ‘poesía en movimiento’.
Estas construcciones no son simples máquinas que se mueven. Tampoco están diseñadas para contribuir al desarrollo de una sociedad ni mucho menos para facilitar la vida del hombre como muchos robots. Estas son piezas que evocan el movimiento del hombre para detallar, en lo posible, sus aciertos, errores e imperfecciones.