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Sábado, 18 de Mayo de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Salvo que se trata de dos espectáculos fundamentados en la cultura española, lo cual de por sí ya es bastante; entre el espectáculo que presentó el Ballet Nacional de España el domingo en el teatro Mayor y la Antología de la Zarzuela en el de Bellas Artes la noche del sábado, hay muy poco en común entre los dos espectáculos. Casi que el uno es la negación del otro.

Lo del Ballet Nacional de España hunde sus raíces en lo más profundo de la tradición, con un pie sigiloso en el pasado y otro muy firme en la España de hoy, la Antología quiere estar en las Antípodas y traer a escena una manera de entender la tradición en la que no hay cabida a los desplante de la modernidad, si es que puede hablarse de esta manera.

En cualquier caso, “ancha es Castilla” y también Bogotá, porque los dos espectáculos alzaron el telón con el lleno “hasta la bandera” como dicen los taurinos, para quienes, dadas las medidas del alcalde, se reserva ahora una sala en el Museo Nacional…

Lo que sí puedo asegurar es que me llevó la suerte de su mano; porque si de ver los dos espectáculos se trataba, el orden era justamente ese: primero la Antología el sábado y el Ballet para el domingo: el orden cronológico siempre ayuda.

El ballet nacional de España protagonizó una noche inolvidable

Debo confesar que Suite Sevilla, la coreografía de Antonio Najarro que también es el director del Ballet Nacional de España, está tan bien concebida y tan justamente articulada que, siguiendo o no el programa de mano que contenía la secuencia de los movimientos, cuando el espectáculo empezó a llegar a su final, sentí sincera nostalgia. Ese sentimiento que surge cuando lo visto es tan hermoso que uno quisiera que no se terminara.

Porque también de eso se trata el arte de la coreografía: de colmar las expectativas del auditorio, de producir placer en el espectador y cuidarse mucho de no extenderlo más de lo necesario. En Suite Sevilla Antonio Najarro probó ser un coreógrafo de la mejor ley, la secuencia de nueve movimientos pasa por todos los estados de ánimo posibles y no niega lo andaluz cuando aborda, con un gusto exquisito y con toda la sutileza posible lo más icónico: la corrida de toros como un rito de sensualidad y valor y la Semana santa con sus dualidades de tragedia y paroxismo.

Imposible, prolijo e innecesario intentar la descripción de la marcación coreográfica, o del espectáculo mismo, sin embargo hay que destacar además de ello la concepción escenográfica y luminotecnia de Felipe Ramos y el formidable vestuario que es obra del coreógrafo-director y que se funde con el movimiento con auténtica maestría, lo suficientemente andaluz como para no permitir ninguna duda en el espectador, y lo suficientemente contemporáneo como para poder tener su cuarto de hora en Cibeles.

Los bailarines de la compañía fueron los perfectos intérpretes de una coreografía que en varios momentos revela la fortaleza técnica de una formación que no ha hecho de lado la danza académica, lo cual les permitió resolver a tope una marcación generosa en extensiones, en giros y piruetas y con muchas escenas “fugadas”.

La primera parte fue para Grito de Antonio Canales, tan familiar para el público bogotano, del 1997, que resuelve, sin problemas y admirablemente, dos polos aparentemente irreconciliables: la espontaneidad de los palos flamencos más populares Seguirillas, Soleá, alegrías, tango- con un impresionante manejo geométrico del movimiento.

En resumen: ¡inolvidable!

La antología de Jaime Manzur

Jaime Manzur resolvió trasladar su temporada al teatro de Bellas Artes y dio en el blanco porque sus funciones se desarrollan con una acogida absoluta. Qué bueno, de eso se trata.

Con su Antología de la Zarzuela cerró temporada el domingo, pero la función de esta reseña es la de la noche del sábado. Abrió con selecciones de La verbena de la paloma de Bretón que se encarga poner en calor al público en cosa de segundos y cerró con la escena que más sorprende al público, el final de Gigantes y cabezudos de Fernández Caballero que combina hábilmente la solemnidad religiosa de la Salve y la alegría de la Jota en el  interior del Pilar.

Por el camino selecciones de todo eso que el público adora: fragmentos de La gran vía de Chueca, la Canción española del Niño judío de Luna que cantó Paola Díaz, los momentos cumbres de Luisa Fernanda de Moreno Torroba, el «Intermezzo» de La boda de Luis Alonso de Giménez que es el gran éxito del ballet Tacón y madera, la Zambra de La leyenda del beso de Soutullo y Vert, para apenas citar algunos momentos.

Este año hubo algo adicional: la actuación excepcional de algunos de los cantantes: el barítono Alejandro Fonte conmocionó con su versión de la romanza de Germán de Los Gavilanes con gran aplauso a mitad de romanza y repitió faena en la Canción del sembrador de la rosa del azafrán de Guerrero, el tenor Andrés Roldán se echó el público al bolsillo con No puede ser de la tabernera del puerto de Sorozábal y la soprano Beatriz Mora brilló en las estratosféricas dificultades de me llaman la primorosa del Barbero de Sevilla de Giménez.

Salvo un descache de las voces masculinas en la Ronda de los enamorados del Soto del parral de Soutullo y Vert, buen desempeño del coro del teatro y buena actuación de la orquesta de casa bajo la conducción de Zbigniew Zajac.