Usted se equivoca, señor Rechi | El Nuevo Siglo
Miércoles, 17 de Febrero de 2016

Por Emilio Sanmiguel

Especial para EL NUEVO SIGLO

 

No, no, señor Joan Anton Rechi, “director” de escena del estreno de Salomé de Strauss, antenoche en el Teatro Mayor. Usted se equivocó de Teatro. Y nos arruinó por completo la noche con su ridícula idea de traer a Jokanaan para la escena final. Porque lamento decírselo, usted no es nadie para corregir, ni a Oscar Wilde ni a Richard Strauss.

 

Porque las cosas venían aceptablemente bien. Su producción, en el marco de una “puesta” contemporánea, con el ya tan usado recurso de vestir a la soldadesca de camuflado, no fue algo que uno pudiera calificar de audaz y su Danza de los siete velos de la protagonista fue fallida.

 

Pero no, no se desespere. La Danza es el Talón de Aquiles de casi todos los directores de escena y de las grandes sopranos. Hasta la Nilsson resultó grotesca cuando la hizo, no olvide que la idea de reemplazar a la soprano por una bailarina fue del propio Strauss, que de esto sí sabía, y hasta se sorprendió de que la ópera triunfara, a despecho de Marie Witich, que hizo el estreno en Dresde en 1905.

 

Porque el teatro, además de depositar su confianza en usted, le dio la oportunidad de trabajar con una soprano de voz poderosa y no con la obesa figura de la Wittich y tantas otras. Pero el asunto lo sobrepasó y entregarle a usted semejante responsabilidad sin reparar en sus antecedentes, de Barberos de Sevilla, Orfeos en los infiernos y Hombres de la Mancha, no lo hacían el hombre ideal para hacer el estreno de semejante obra maestra del melodrama en Bogotá.

 

Porque la escena final de Salomé tiene que ser atroz, tiene que ponerle de punta los pelos a los espectadores, porque así lo quiso Wilde que, repito, sabía muchísimo más de teatro de lo que usted jamás sabrá, y Strauss no escribió esa música tan crispante por deporte, sino inspirada en lo macabro de la situación.

 

Y su idea de hacer que Salomé se suicide, en lugar de ser acribillada por los soldados del tetrarca, es otra prueba de su limitadísimo talento.

 

Pero ¿sabe una cosa? Tiene suerte. Tiene suerte de que su Salomé se haya presentado en Bogotá, en el año 2016. Porque si la presenta en un teatro como la Scala, la Ópera de París o el Nacional de Múnich, lo habrían abucheado. Y si la hubiera presentado en Bogotá, en la década de los 80, habría corrido similar suerte, porque aquí el gusto lírico lo habían forjado personas de la talla de Michail Hampe, Jan Slubach, Reinhardt Heinrich y Willy Decker, que por entonces era muy joven.

 

El público de antenoche no lo abucheó porque era, en su inmensa mayoría la flor y nata del jet-Set criollo, es un asunto con el que tiene que lidiar la dirección del teatro mientras se restaura la afición de la ciudad, es una mezcolanza de políticos, potentados, empresarios, golfos y personajillos que con tal de hacer algo de vida social en los intermedios -antenoche no fue el caso porque Strauss la escribió de un jalón- se le miden a ver lo que sea, porque es el gran plan de la noche.

 

Sí. Usted arruinó las expectativas del estreno. Tuvo una muy buena soprano, Gun-Brit Barkmin para el rol protagonista, una soprano que vocalmente dejó el alma en el escenario del teatro. Y un buen barítono, Ian Paterson, de voz acerada y contundente, para la parte de Jokanaan. Y tuvo la presencia imponente de Michaela Martens para la Herodías, que de todo el elenco era la más idóneamente straussiana. Y un tenor bastante correcto, Richard Berkeley-Steele, aunque de voz menos contundente para la parte de Herodes.

 

No fue una buena idea -tampoco un crimen- hacer del paje de Herodías una mujer, la soprano Ana Mora lo cantó bastante bien. Valeriano no tuvo la suerte de un rol más idóneo para su voz, demasiado grave la tesitura del Nazareno para su registro y no logró hacer lo que siempre hace con mucho éxito: seducir al auditorio.

 

Ahora, no lo voy a culpar de que el Quinteto de los judíos no haya salido con fluidez; eso fue responsabilidad del director musical Josep Caballé y quizá de la escenografía que los obligaba a cantar en condiciones incómodas, pero, veo que la escenografía lleva su firma. Le abono que no haya hecho de lado la omnipresente presencia de la luna. Algo le tenía que resultar bien, y hubo un momento, con el dorado de la mesa del banquete y el cielo azul profundo con la luna que era realmente hermoso; injusto sería negárselo.

 

Usted tuvo en el foso un director serio. Josep Domenech, que no explotó al máximo el potencial de la Filarmónica de Bogotá, que en la interpretación de ese repertorio tiene muchísima experiencia. Demasiada, diría yo. Por décadas han tocado hasta la saciedad las sinfonías de Bruckner y las de Mahler, ¡hasta una meritoria aunque no muy lograda Octava!; También los poemas sinfónicos de Strauss; le aseguro que han hecho versiones memorables de Así hablaba Zaratustra y Don Juan. Domenech lo hizo bien, pero los planos sonoros a veces resultaban toscos y carentes de refinamiento, hubo algo de torpeza sonora en ciertos pasajes de los metales graves, y poca plasticidad y volumen en la cuerda. Pero, bueno, es que orquestalmente es una ópera sumamente difícil, hasta para las grandes orquestas de Alemania.

 

Antenoche todo parecía indicar que las cosas iban por buen camino, su puesta en escena era discreta, tenía sobre el escenario un buen elenco, una gran Salomé y en el foso una buena orquesta; la Danza lo mordió como suele morder a todos sus colegas, pero la echó a perder. Quizás sí es talentoso. Vaya uno a saberlo y debe hacer más Barberos  y Elíxir de amor… y aceptar que ante Wilde y Strauss mejor una reverencia que corregirles la plana con su inaceptable escena final con la cabeza de Jokanaan…

 

Feliz regreso a Andorra.