La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, hizo carrera rompiendo los techos de vidrio de los pasillos de las finanzas internacionales. Con un estilo impregnado de feminismo, se apresta ahora a tomar las riendas del Banco Central Europeo.
De 63 años, Lagarde siempre fue una pionera: fue la primera mujer en dirigir el prestigioso gabinete de abogados Baker McKenzie, también la primera mujer a cargo del Ministerio de Economía de Francia (2007-2011) e igualmente la primera en conducir el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La revista Forbes la consideró en 2018 como la tercera mujer más poderosa del mundo.
Siempre reconocible por su cabello corto y plateado y ropa de alta costura, ahora está nominada para ser la primera mujer en conducir al BCE por ocho años.
Con rasgos de vegetariana, deportista y no fumadora, Lagarde debió convencer a los escépticos cuando llegó a la sede del FMI en Washington. Es política, no economista, y debía pulir el blasón de la entidad.
Cuando asumió en 2011, encontró un FMI traumatizado por el escándalo sexual que derribó a otro francés, Dominique Strauss-Kahn, y debía enfrentar las réplicas de la gran recesión mundial de 2008 y 2009.
“Supo imponer calma sin mostrarse moralmente superior”, recuerdan en la entidad. “Hoy es muy apreciada porque aportó un toque de humanidad”, añaden esos funcionarios.
Los problemas
Lagarde prestó atención a los problemas sociales y habló siempre sin ambages sobre las inequidades de Estados Unidos o de la necesidad de incluir planes de asistencia social en los programas de reformas económicas; como ocurrió con Argentina, por ejemplo.
Su currículo ejemplar está no obstante manchado por una sentencia de la justicia francesa que en 2016 la declaró culpable de una “negligencia” cometida en sus tiempos de Ministra y que resultó costosa para el fisco. Dada su “reputación internacional” fue eximida de pena.
La carrera de esta madre de dos hijos y pareja del hombre de negocios francés Xavier Giocanti, tomó una nueva dimensión con su cargo en el FMI que le fue renovado en 2016.
Sin descanso y apoyada por estudios, siempre explica por qué las mujeres son esenciales para el crecimiento económico.
A riesgo de enojar a sus pares masculinos, no vacila en decir, por ejemplo que si el banco Lehman Brothers hubiera tenido mujeres en cargos de decisión, la crisis mundial de 2008 no hubiera ocurrido o no hubiera sido tan arrasadora.
Tampoco esquiva mencionar ejemplos personales para sostener sus comentarios.
Ante dirigentes, se expresa en un impecable inglés. Durante una conmemoración del Día Internacional de la Mujer confesó que en la adolescencia su inglés era mediocre pese a que su padre era profesor de literatura inglesa.
Asumió de buen modo sus fracasos personales, como el de haber perdido dos veces el concurso de ingreso a la escuela francesa ENA, o los contratiempos de su carrera profesional.
Toque personal
Como ejemplo recordó que en el estudio de abogados “Baker cuando, al no haber conseguido suficientes clientes por haber sido madre, me dijeron que no podría ser ‘socia’ y debía esperar un año más”, dijo el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.
Al frente del FMI, abogó por la ortodoxia financiera en los cuatro rincones del mundo y especialmente en Grecia, para agravio de sus socios europeos.
Su franqueza desató polémicas como cuando instó a los griegos, que estaban hartos de la austeridad, a pagar los impuestos. En otra ocasión reprochó implícitamente a las autoridades por no comportarse como “adultos”.
Por ello es que desde Atenas llegaron los ataques más enérgicos contra el FMI al que acusaban de tener una “responsabilidad criminal” en la crisis griega.
Pero Lagarde aprendió la lección. El año pasado en Argentina tomó la precaución de insistir con que el programa de reformas económicas respaldadas por el FMI es cosa de los argentinos.
En público evita tomar posición ante hechos políticos, como la crisis de Venezuela, pero denuncia que la guerra comercial sino-estadounidense amenaza el crecimiento económico mundial. A veces ante los medios alude a su esfera íntima.
“Le diría a vuestros lectores: a los 50 años o más se puede ser monumentalmente feliz en todo; mental, física y sexualmente”, dijo en abril en la revista Elle. Y hasta es capaz de contar con humor que aprovecha el uso de los elevadores para trabajar.... sus glúteos.