18 años de impunidad | El Nuevo Siglo
Sábado, 2 de Noviembre de 2013

* Legado político de ideas

* De Sócrates a Álvaro Gómez 

 

Con inmensa congoja y frustración El Nuevo Siglo registra hoy 18 años de impunidad desde el día nefando en el cual unos sicarios atentaron contra la humanidad del estadista conservador y antiguo director de este diario, Álvaro Gómez, en el umbral de la Universidad Sergio Arboleda, cuando salía de dictar la cátedra de Cultura Colombiana, en la que disertaba de manera  fascinante por el mundo de la cultura; quien tras su retorno al país al abandonar la representación diplomática de Colombia  se había comprometido públicamente a limpiar los establos del Régimen. En ese momento, como en otras ocasiones de su gesta política al servicio de los más nobles ideales y del realismo en la búsqueda de la solución a nuestros problemas, era la voz solitaria contra la corrupción de las costumbres políticas y la desvergonzada rapiña de sus adversarios. Su propósito, convocar a los mejores en el objetivo de hacer una política limpia, mediante la reafirmación democrática que superase el escollo de los partidos envueltos en la decadencia y la complicidad del manejo turbio de los negocios públicos. No se le escapaba que el sistema estaba carcomido en sus cimientos, ni la grandeza de sus objetivos y los peligros que acechaban al desafiar los poderes del Régimen. La honda decepción de encontrar a su regreso a Colombia la política envilecida y el poderío de las mafias multiplicado por el influjo del estiércol del diablo y el terror a los sicarios, como la descomposición  del sistema lo conmueve y lo lleva  a la convicción moral que de no derrocar el Régimen, la democracia colombiana degeneraba en amarga farsa.

 Sus palabras acusadoras de entonces contra una clase política que se mostraba inferior a su deber siguen siendo tan lacerantes y tan vigentes como ayer, apenas con unas cuantas y notables excepciones: “Quienes dirigen el país exhiben una tendencia general a no comprometerse, a no correr riesgos, a no crearse pasivos por consecuencia de la expectativa que pueda generar el intento de un cambio o la propuesta de un programa”. Y agregaba: “El señalamiento de un objetivo debe generar un contrato tácito entre quien tiene la audacia de mostrar la posibilidad de un logro y el anhelo de las gentes que andan buscando precisamente eso; que les muestren las posibilidades de una acción productiva, la viabilidad de un progreso, la conveniencia de una asociación”. En eso consistiría que hubiese política. Le mortificaba que la mezquindad y la codicia convirtieran la más noble de las actividades humanas como es la política, en un concurso de mercaderes sin escrúpulos, que podían comprar las elecciones y las curules del Congreso, puesto que  tenían las alforjas repletas de dólares para financiar su proditorio empeño de dominio de los resortes del Estado que les garantizaba la impunidad y jugosos negocios oficiales.

 Como conservador se inspira en elevar la condición moral y cultural del pueblo, convoca la inteligencia en tanto plantea que: “La política es el escenario donde se proponen las ideas sobre el manejo del Estado. Es una función intelectual, que procura aunar opiniones, convencer, conseguir consensos para utilizar las instituciones en servicio del bien común. Debe aspirar a ser una alta forma de convivencia porque se afianza en las solidaridades que producen esos consensos.

Ese empeño civilizador de: Conseguir la solidaridad ennoblece la política y premia el buen gobierno, afianza en las solidaridades que producen esos consensos”.

Para romper las cadenas de la podredumbre política es preciso convocar al pueblo a una cruzada por la pulcritud administrativa y el buen gobierno: “Se obtiene así el compromiso de las gentes, que permite contar con el apoyo desinteresado de quienes muestran su conformidad. Para que sea eficaz, la solidaridad no solo debe surgir del convencimiento sino ser espontánea y gratuita”. Es su fórmula para movilizar la opinión pública y hacer una política limpia.

Rechaza la cadena oprobiosa de complicidades del Régimen que ensucia la política y envilece su ejercicio, puesto que entiende que el Régimen surge del: “conjunto de esos aprovechamientos, generalmente ilícitos, crea un sistema de convivencias y encubrimientos que se convierte en el factor dominante de toda la vida pública”.

El legado político e intelectual de Álvaro Gómez, por su profundidad conceptual debe ser el fundamento de cualquier intento por despertar al pueblo, por  hacer una política nacional que concite a los mejores al servicio inteligente y heroico por Colombia, que se enmarque en un pacto solemne sobre lo fundamental.

Como Sócrates,  presiente los peligros que lo acechan, al tiempo que lo invade un romántico  compromiso de honor con el sino.

Como Sócrates, en un pedagogo al que su inteligencia política lo eleva a las alturas.

Como Sócrates, desafía las fuerzas oscuras  por propiciar el cambio en las costumbres políticas.